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Mostrando entradas de febrero, 2024

REFLEXIÓN PARA DOMINGO II DE CUARESMA (Gn 22, 1-2. 9-13. 15-18; Sal 115; Rom 8, 31b-34; Mc 9, 2-10)

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Hace seis días escuchábamos como Jesús brotaba en el desierto del mundo como un árbol de vida inmunizado contra el veneno de las tentaciones. Hoy, seis días después, el evangelio de este segundo domingo de cuaresma comienza con la expresión “seis días después”. Curioso. ¿Acaso querrá decir algo? Conocemos un episodio en el que lo que sucede seis días después tiene una densidad especial: el relato de la creación de Génesis 1. Al principio todo es caos y confusión, pero la palabra luminosa de Dios va haciendo su trabajo hasta que su gloria reposa, seis días después, abrazando toda la creación.  Ahora el caos es el desierto de la historia. Un caos que se ha concretado, unos versículos antes, en el anuncio de la pasión inevitable y en la necesidad de un seguimiento crucificado que venza las presiones del mundo y las tentaciones con las que nos envenena desde dentro (8,31-37). Pues bien, a los seis días de este desierto Cristo aparece envuelto, como anunciaba el relato de la creación, con

DOMINGO I DE CUARESMA (Gn 9,8-15; Sal 24, 4-9; 1Pe 3,18-22; Mc 1, 12-15)

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Me gusta pensar que la breve línea con la que Marcos habla del paso de Jesús por el desierto durante cuarenta días, es una forma de relatar la encarnación. Como si el empujón con el que el Espíritu arroja a Jesús a ese desierto poblado de fieras, no fuera sino el aliento con el que el Hijo eterno se entrega a compartir su vida acompañando el caos desértico que envuelve la nuestra. Porque, si es verdad que nuestro mundo está lleno de belleza y bondad, es igualmente cierto que ninguna vida tarda en probar su gusto amargo y su peso excesivo. De esta manera, el anuncio de Jesús de que el Reino de Dios está entre nosotros no es sino una forma de decir que nos acompaña su vida misma, que no caminamos solos y que Dios se hace garante de nuestra vida por más que esta nos mire con su peor cara. Así que, bien entremos en la cuaresma a golpe de ayunos y penitencias elegidos o bien con los golpes que nos da la vida, desde el inicio se nos anuncia que no estamos solos y que el verdadero ángel d

DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO (Lev 13,1-2.44-46; Sal 31; 1Cor 10,31–11,1; Mc 1, 40-45)

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Impuros, indignos, despreciables… a todos, de una u otra manera, nos habita la lepra. Bien contagiada por la mirada prepotente y humillante de los otros que han creado en nosotros sentimientos de inferioridad, bien por las acciones miserables que llevamos a la espalda que nos persiguen sin que podamos dejarlos atrás. Todos estamos marcados por la lepra, de manera culpable o de manera inocente. Y necesitamos una mirada que arranque esta fijación que nos habita y nos ata a una pequeñez opresiva que no nos deja respirar la vida para la que nacimos. Necesitamos alguien que quiera mirarnos con aquella mirada limpia que nos creó, con esa mirada limpia que abre siempre un nuevo día de esperanza pase lo que pase. Y, aunque no lo sepamos, el Espíritu gime en nosotros, a veces con nuestra misma voz, suplicando a Dios: “Si quieres, puedes limpiarme”. Y Dios ha respondido: “Quiero”, en la carne cercana de su Hijo que se acerca para abrirnos a la verdad de la vida. En este episodio, que todos est

DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO (Job 7, 1-4. 6-7; Sal 146; 1Cor 9, 16-19. 22-23; Mc 1, 29-39)

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El movimiento de Jesús que marca el evangelio de hoy indica que Jesús no va a ningún sitio a quedarse allí, y, por tanto, que no viene a ningún sitio para que nos quedemos en él. Da la sensación de que está siempre de paso dejando señales del lugar a donde se dirige. Los que le escuchan y reciben su bendición intentan retenerle (como hará al final de su trayecto María Magdalena), pero Jesús está de camino, es el camino, y es importante que todos lo comprendan para que no se queden (para que no nos quedemos) pensando que viene a añadir unos bienes a esta vida de bienes (y carencias), un poco más de salud y amistad a esta vida de salud y amistad (y enfermedades y demonios). Jesús, como vemos hoy, después de sembrar su bendición, se recoge en Dios para seguir caminando hacia Él, para llevar todo hacia Él. Y, por eso, los discípulos que van a buscarlo, porque la gente lo busca, deberán aprender a vivir caminando con él hacia la vida verdadera, y a sembrar semillas de vida y a recogerse e

Fiesta de la presentación del Señor. Día de la vida consagrada

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