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Mostrando entradas de mayo, 2020

Pequeño cuento de Pentecostés

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Resoplaban. Resoplaban esforzados con un empeño firme por descubrir las fuerzas vivas de la vida y dominarlas. Investigaban mirando fijamente el funcionamiento de las cosas. No se conformaban con que no hubiera más que lo que había funcionando siempre como siempre. Querían evolucionar, desarrollar formas nuevas de configurar la realidad abriendo una fuente de vida más plena. Innovar, hacer nuevas cosas, dejar atrás el aburrimiento que provocaba la realidad cuando ya se había conocido y utilizado. Cada día se les veía entrar en su laboratorio I+D+I dispuestos a dejar la vida para dar vida o para dar algún aparato nuevo a la vida o un poco más de tiempo a la vida o más facilidades a la vida… Y allí permanecían concentrados, fieles a su trabajo todo el día. Hombres y mujeres de todas clases, de todos los lugares, de todas las condiciones empeñados en el dichoso I+D+I en el que habían puesto todas sus esperanzas: “Algún día lo lograremos -se decían-. La vida será solo una explosi

Pequeño cuento de la Ascensión.

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Nadie se explicaba a ton de qué le había dado    por venirse tan lejos y hacer este despilfarro. La gente comentaba: Ha comprado casi todos los dromedarios de Madián. Algunos decían que se había vuelto loco, otros que eran caprichos de niño de padre pudiente, y algunos querían ver una especie de profecía, pero no sabían muy bien qué pensar. Él seguía a lo suyo sin dejarse influir por las habladurías. Los llevó a su tierra, y cuando su padre lo llamó para hacerse cargo de sus negocios, se presentó en casa con ese rebaño pintoresco cargado a no poder más. Qué va a decir tu padre de este derroche, le preguntaban acusadores revoloteando a su alrededor los que le habían conocido sin ese moreno de andar por los caminos del mundo. Tranquilos, yo sé.   ¿Dinos qué traes?, le decían. Y él empezó a sacar sus tesoros. En una pequeña jaula con barrotes más grandes que su cuerpo se veía una luciérnaga serena, la luz que necesitará Bartimeo, comentó. ¡Un saco lleno de arena!, sonrió mirándolo inq

La novela como lectura espiritual

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Uno de los problemas con los que se encuentra el cristianismo es que acostumbrado históricamente a ordenar el mundo según su plantilla, no sabe cómo situarse ante este nuevo orden laberíntico donde cada persona es un mundo que parece no poder complementarse nunca del todo con el de los demás. Ya no vivimos en una sociedad de criterios unánimes y vidas definidas. Y ahora los cristianos y los no cristianos nos sentimos extraños en el mundo, y no sabemos cómo colocar demasiados sentimientos, acciones, relaciones… que están ahí aunque no queramos o nos molesten. Es necesario que Cristo vuelva a abarcar toda nuestra vida, en lo mejor y en lo peor que tiene, en sus búsquedas y en su fragmentariedad. Pero que la abarque personalmente, no organizando la sociedad quiera o no quiera. Para esto ya no son suficientes las prácticas devocionales que conocemos. He aquí una práctica nueva: Entrar en el mundo de la novela. Esto significa, en primer lugar, darnos tiempo para mirar despacio, p

Fragmento apócrifo de la creación (1)

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Entonces el Señor se dijo: Terminemos nuestra obra y hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza . Y tomó barro del seno de María y modeló un cuerpo frágil que apenas se sostenía por sí mismo. E insufló su Espíritu en el barro diciendo: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy . Y se levantó Jesús, se puso en pie y comenzó a caminar por la historia dejando un rastro de bendición que hacía distinguir a Dios en los senderos pedregosos de la vida. Y como un río que atraviesa la estepa y la llena de fecundidad, la presión de sus pies hacía   volver a nacer brotes de vida donde solo había tierra reseca.   La creación estaba terminada, los caminos de todos se unían siguiendo los pies del Hijo que caminando sobre las aguas los conducía a la tierra firme del misterio eterno de Dios. Se oyó cantar a la muchedumbre: Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor; nuestros pies ya están pisando tus umbrales . Y cuando hubo concluido Dios vio que todo era hermoso a sus o

¿Volver a lo normal? 2

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En la prisa por volver a la vida normal,  dedica un tiempo a considerar  qué parte de lo que era normal  merece la pena acoger de nuevo   (Dave Hollis) No aprendemos porque tengamos que hacerlo, porque las circunstancias son propicias o porque lo necesitamos. Aprendemos porque nos decidimos a aprender, porque nos obligamos a ello, porque no damos respiro a la pereza inducida por la comodidad de dejarse llevar.

¿Volver a lo normal?

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No volveremos a la normalidad. Lo normal nunca existió. Nuestra existencia previa al COVID no era normal, a no ser que consideremos normal la codicia, la injusticia, el agotamiento de las reservas naturales, el stress, la expulsión de ilegales, la incomunicación, la confusión, la ira, el acaparamiento, el odio y la pobreza. No debemos anhelar volver, amigos míos. Se nos da la oportunidad de tejer un vestido nuevo. Uno que se ajuste a toda la humanidad y a la naturaleza entera. (Sonya Renée Taylor, poetisa y activista social)  Tomado del blog de Philip Chircop, S.J. https://www.philipchircop.com/

Los pies de Jesús (Salvador Dalí)

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Luz de vida nueva amanecida cuando los pies volvían presos de la pesadumbre del alma, cuando estaban de vuelta sin saber a dónde ir. Luz de vida que lo envuelve todo a los pies de tu presencia resucitada, que abre un camino áureo en el que la santidad misericordiosa de Dios se nos devuelve como esperanza nueva y definitiva para nuestros pies. Vuelves con la misma discreción de siempre, con tus pies descalzos con heridas que no acusan, sino que ofrecen un hogar de consuelo y de perdón. En torno a tus pies resucitados intuimos nuestra tierra transformada en un verde paraíso donde tu luz habita todo. ¿Cómo no arrojarnos a tus pies?

Los pies del Señor (Marco I. Rupnik)

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Luz de vida nueva amanecida cuando los pies volvían presos de la pesadumbre del alma, cuando estaban de vuelta sin saber a dónde ir. Luz de vida que lo envuelve todo a los pies de tu presencia resucitada, que abre un camino áureo en el que la santidad misericordiosa de Dios se nos devuelve como esperanza nueva y definitiva para nuestros pies. Vuelves con la misma discreción de siempre, con tus pies descalzos con heridas que no acusan, sino que ofrecen un hogar de consuelo y de perdón. En torno a tus pies resucitados intuimos nuestra tierra transformada en un verde paraíso donde tu luz habita todo. ¿Cómo no arrojarnos a tus pies?

Los pies del Señor (Rita Salazar)

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Pies rayados, ajados del camino. Pies del color mismo del fondo mortal de nuestro ser. Pies atados, clavados, retenidos en su camino de amor por los golpes del pecado del mundo, de nuestro pecado. Hasta aquí llegaste, hasta las últimas consecuencias ha llegado la compañía de tus pasos, hasta el lugar de la impotencia, de la muerte, de la inmovilización trágica de la vida donde esta se desangra y pierde su aliento, donde se pierde el rostro y solo queda esperar que sea rescatado. Tú esperas con nosotros y para nosotros que Dios vuelva la mirada y modele el cuerpo, ya sin fisuras ni ataduras, de la vida plena, de la vida eterna.

Los pies del Señor (Wayne Forte)

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Caminabas por encima de nuestras palabras siempre demasiado pegadas al suelo, siempre demasiado torpes, habitadas por una distancia mortal que nos separa de los demás porque dicen lo que no deben y no dicen lo que deben. Y tú, sin dejarte tragar por ellas las renuevas con tu aliento de vida dejando que en ellas el Aliento creador de Dios vaya engendrando sobre la tormenta de sus aguas caudalosas la nueva creación. Como Pedro nos agarramos a ellas para no hundirnos y te decimos: ¿A dónde se dirigirán nuestros pasos, cómo resistirán apoyados en algún otro lugar, si solo tú tienes palabras de vida eterna?

Los pies del Señor (Julia Stankova)

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Pasión de amor a tus pies. Pasión, fuego de vida que estaba retenido por el error propio y el juicio ajeno. Amor a tus pies que se dejan tocar, amar. Para esto se acercaron, para abrir los caminos del amor, para ser envueltos con nuestro amor reprimido por la torpeza de nuestras vidas. Aroma nuevo, exagerado, vivificante que solo perciben los que aman contigo en exceso, sin ley. Desnudo, sin esconder nada, así llegas con tus pies descalzos, para que no haya malentendidos, en la desnudez descalza de tu amor al que nada retiene sino la falta de amor. Tú eres el más bello de los hombres, a tus pies se derrama el aroma de la gracia.

Los pies del Señor (autor desconocido)

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El Espíritu te trajo a nuestra tierra reseca, agostada, y al caminar por ella dejaste que tus pies se mezclaran con nuestro barro mortal, para así acompañarnos en el desierto de nuestra vida. Encarnación bendita, lluvia que bendice la tierra sedienta, encarnación que al pisar en el barro reseco de nuestras tentaciones ofreces posibilidades nuevas, manantiales de vida renovada. Con cada uno de tus pasos abriste un pequeño manantial donde beber de tu presencia y alentar nuestra fecundidad escondida, engañada, desesperada. Nuestros pies perdidos, siguiendo ahora tus huellas, nos conducen a encontrarnos con nosotros mismos regalándonos el futuro espectáculo de ver nuestro ser convertido en un vergel lleno de alegría.

Las manos del Señor (Ventzislav Piriankov)

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No te escapas de la forma terrosa de nuestro mundo, no quieres dejarla atrás. Y aunque la has vestido para siempre de la luz de tu gloria eterna no huyes de su materia y de su forma. Sobrepuesto a la cruz que queda atrás solo como sello de tu amistad hasta la muerte y aún más allá de ella, no apartas de nosotros tu rostro soberano. Y entre tus manos, eternizada, la bendición del evangelio: Dios como libro abierto que deja ver la luz de su mirada que todo lo abraza y santifica. ¿Qué eres sino la mano de Dios que nos bendice?

Las manos del Señor (Liviu Dumitrescu)

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Pan entre tus manos. Vida amasada hasta ser solo alimento y hogar de vida y esperanza para todos. Miro tu rostro y se me hace demasiado parcial, particular, esquivo en todas sus representaciones. Pero entre tus manos, en el pan, te reconozco, veo la expresión verdadera de tu ser. Ahí, así eres inconfundible. En ese trozo de pan donde nos recoges contigo, en ese pan donde nos invitas a ponernos en tus manos para hacer juntos una hogaza sacrificial que alimente el mundo de esperanza, una hogaza de amor donde nadie llame suyo a lo que recibe y a lo que da. Ahí te reconozco, inconfundible, cuando nos reúnes en tu cuerpo para ser tuyos y contigo de todos.

Las manos del Señor (Jen Norton)

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No dejas de ser una mano tendida. Al principio de niño vulnerable que busca suscitar en nuestra humanidad el amor de madre para que contemplemos el Dios-del-cuidado-eterno que llevamos dentro. Luego para invitarnos a seguirte y para tocar nuestra carne serenando el dolor que nos habita. Finalmente, incluso cuando tus manos, clavadas a la cruz, parecen no poder hacer nada, tú sigues siendo una mano tendida que ofrece toda su sangre y pide toda la nuestra; una mano confiada, de manera demente, en las posibilidades del amor. Y así conviertes los clavos de nuestra miseria en atadura de fidelidad a tu misión de darnos vida. Y tu mano queda así extendida para siempre.

Las manos del Señor (Arcabas)

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Tu alma de sacerdote prepara la eucaristía y toma entre sus manos los pies cansados y sucios de la ofrenda que quiere presentar. Los colocas con afecto y ternura en el corporal puro de tu misericordia que los envuelve y serena. Solo esto quieres, ofrecer tu vida haciéndote uno con nuestro cuerpo de humanidad fatigada. Ofrecerla revivificada por tu amor omniabarcante hacia todos los que caminan sin saber si van a algún sitio o si solo recorren el laberinto cínico de la nada. Y repites cada día esta ofrenda ante tu Padre: Tú me los has dado y a ti te los devuelvo envueltos con el espíritu de amor que pusiste en mí. Los dejo en tus manos para que los pongas en pie y terminen ellos el camino de su vida mostrando la gloria que les diste.

Las manos del Señor (autor no conocido)

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Todo se vuelve estridente, grimoso, la inquietud entra por nuestros ojos y se apodera de la realidad. La misma piel se enerva contemplándolo. Has tocado lo invisible, lo escondido, lo apartado en este mundo artificial de gente bien que pretende protegerse de la degradación, apartando todo lo que se la recuerde. Como si así pudiéramos escondernos de nuestra propia podredumbre. Extiendes tu mano y dices ¡Basta! Y con la otra recoges hacia tu cuerpo blanco, de pureza inmaculada, al leproso ofreciéndole un refugio donde encontrar una vida viva. Se la das a él que, tocado por la muerte, había sido enterrado antes de tiempo. Ahora el que quiera estar contigo tendrá que atreverse a tocar y dejarse contaminar por este amor que espanta.

Las manos del Señor (Gijs Frieling)

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Todo está rodeado de belleza. Por doquier nace la vida, brota como los pétalos inquietos que se abren para alegría y esperanza del mundo. Pero obsesionados como estamos en ser dueños de la vida, solo vemos la marca de oscuridad y muerte que no logramos esquivar y nos asalta por doquier. Libra mis ojos de la muerte. Tú nos embarras la mirada para que volvamos a contemplar la belleza inicial, para que reconozcamos que somos barro, tierra vivificada por el aliento de tu vida. Lo haces para que nos contemplemos desde ti, que llamas a ser a lo que no existe y lo haces saltar sin medida hasta la vida eterna. ¿Podremos abrir los ojos y contemplar el brillo de eternidad de tu obra, y confiar?

Las manos del Señor (Weyne Forte)

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Llegas a una humanidad doliente que se asoma cada mañana al cielo con una lágrima como oración. Llegas vivaz, aun siendo niño, como un pichón de paloma, aún sin plumas, pero con un brote de olivo en tu mano anunciando la apertura de una tierra nueva, de una tierra firme que tu dedo apunta y que necesitamos aprender de tu palabra que se empieza a pronunciar en tiernos balbuceos de un lenguaje nuevo. Desnudo de mentira solo buscas un pequeño nido donde hacer crecer la esperanza que nos traes, donde abrir el arco iris en medio de la lluvia de lágrimas de la humanidad.

Las manos del Señor (Sieder Köder)

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Tierra movediza es este mundo tan propenso a tragarnos, donde aún no se han separado del todo las aguas de la tierra firme y donde solo la fe hace pie. Y, sin embargo, al contacto con los dones del Señor fácilmente olvidamos que no podemos andar sobre las aguas por nosotros mismos: No vacilaré jamás…, decimos. Pero hemos aprendido, queremos aprender, que solo de tu mano encontramos tierra firme y podemos respirar incluso si las aguas espumantes nos cubren con sabor a muerte. Solo necesitamos. volver a la fe, llamarte, y tú extenderás tu mano para ponernos en pie, en la vida y en la muerte.

El rostro de Cristo (Alekséi von Jawlensky)

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Abriste los ojos a la vida y la creación se llenó de la luz que esperaba desde el principio. Los colores vinieron a tu rostro a jugar con la luz de tu presencia. Bajo tu mirada, sobreabundante sobre la fealdad del mundo, se ilumina nuestro ser y se armonizan las formas porque encuentran la belleza que Dios quiso para ellas. Y ya no hay miedo, pues tu rostro de la luz abierto redime en la profundidad de sus ojos toda la oscuridad de nuestras vidas.

El rostro de Cristo (Michel Ciry)

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Señor que te unes a nuestro camino para dar luz a nuestros pasos y orientar la mirada perdida de nuestro corazón. Rostro que se oculta a nuestra falta de fe y se muestra llenando todo de luz al partir el pan. Pan transfigurado, rostro que alimenta nuestra vida con la eternidad, luz de nuestros pasos. Rostro que se confunde con la misma luz que anhela nuestro corazón. Rostro vivo visible solo al compartir el pan.

El rostros de Cristo (Ulrich Leive)

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Señor apenas reconocible. Señor al que no queremos reconocer. En tu rostro desfigurado se vierte como aceite hirviendo nuestro pecado. Tu amor ha abrazado de tal modo a los olvidados que tu rostro es ahora uno con ellos, mostrando así tu propio ser de amor sin límites. Gritas con tu rostro silencioso, silenciado, pidiendo solo el amor que tu das. Desfigurado loco que araviesa nuestras vidas hasta que aprendamos a mirar.

El rostro de Cristo (Juanito Jiménez)

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Señor que recoges en la intimidad de tu corazón el caos que habita nuestras existencias turbulentas; que haces sitio para ellas en la paz de tu corazón. Señor que apaciguas los odios y renconres con el silencio misericordioso de tu mirada interior, que serenas la vorágine de nuestros deseos en el remanso íntimo de tus ojos recogidos. Señor a quien nada ni nadie puede quitar la paz. Señor de quien todo y todos reciben los caminos de la paz.

El rostro de Cristo (Bobby Sivad)

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Señor de rostro concreto, hombre mediterráneo de tez pintada por el sol del desierto de Judea y curtida en la fértil tierra galilea. Señor de arrugas naturales y remolinos vivos en tu melena ondulada. Concreto con tu nariz aguileña y tu mirada inconfundible. Uno más, nada más, y a la vez único como todos y cómo ninguno. Ahora sí, ya no estoy solo, ahora que eres carne de mi carne. Así te quiero, Señor al que pudo mirar, cuerpo inconfundible de Dios.

El rostro de Cristo (Olga Sholomova)

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Señor resucitado en cuya mirada se concentran las bendiciones de Dios. Tus ojos siempre abiertos dejan que los nuestros encuentren cada día el manantial donde Dios hace brotar su gracia para todos. En tus ojos están escritos nuestros días y en ellos encontramos aliento sabiendo que nada se pierde, que todo queda inscrito en las niñas de tus ojos. Incluso si te damos la espalda tu bendición no deja de mirarnos de frente. Tu eterna mirada salvadora sostiene la esperanza del libro de nuestra vida.

El rostro de Cristo (Arcabas)

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Señor que no te agarras a tu poder para hacerte notar. Jesús que no tienes miedo a la dependencia y te pones en nuestras manos para ser tú mismo en nuestra carne. Señor que redimes nuestra pequeñez, tan miedosa de la vulnerabilidad, tan rebelde e insumisa a los procesos de nuestra carne dependiente y mortal. Jesús bebé que no haciendo nada nos enseñas a vivir la vida en aceptación agradecida. Señor, hijo que nos enseñas que siempre somos hijos de la vida, de los demás y de Dios.

El rostro de Cristo (Berna López)

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La vida del creyente israelita siempre anheló contemplar el rostro de Dios, con la confianza de que en su presencia quedaría envuelto por la santidad de su misericordia. Con la encarnación del Hijo esta se ha convertido en visible, y ante él, los cristianos hemos puesto, en este rostro tan concreto como pluriforme, nuestra vida para que su mirada la acoja y bendiga.

Desinvisibilizar lo bueno

¿Por qué nos damos cuenta de que las cosas no marchan si no es porque habitualmente funcionan armónicamente? No percibiríamos el desorden si, de alguna manera, no conociéramos esta armonía, si no contáramos con ella, si no fuera nuestro espacio natural de vida. No conoceríamos el ruido si no conociéramos el susurro de los sonidos cotidianos que acompañan nuestros pasos como una melodía amiga que nos dicen que no estamos solos. No sentiríamos asco si no hubiéramos probado la riqueza de sabores que alegran nuestro paladar. No nos asustaría el vértigo, los mareos si habitualmente la realidad no apareciera colocada en su sitio en nuestra mente, permitiéndonos ir de aquí para allá sin problemas. La traición no nos heriría si no presupusiéramos la acogida, la comprensión, el respeto, el apoyo, el amor del otro. Sin embargo lo que nos sorprende, porque nos pilla a contrapié, es el desorden y el mal. Y lo hace provocando una pregunta-queja: ¿Por qué? Si la respuesta no es Y ¿por qué no?, es p

Preguntar sobre Dios

Hay preguntas que no encuentran contestación, porque el que las hace se ha inmunizado a una posible respuesta que contradiga los presupuestos desde los que quiere vivir. Son preguntas retóricas, incluso poses banales o cínicas. Pero las mismas preguntas pueden provocar una conmoción que cambie la forma de mirar, la forma de sentir, la forma de vivir, si uno se deja guiar por ellas, incluso si no encuentran una respuesta inmediata, porque nos encaminan hacia una verdad más verdadera, hacia una vida más real y plena. Esto es lo que sucede con la pregunta sobre Dios, en especial, cuando se realiza en una situación de crisis: ¿dónde está?, ¿cómo actúa?, ¿por qué calla?... La vida es una continua lucha entre el orden que intentamos imponer en ella para que responda a nuestras necesidades y el desorden al que ella nos somete, desorden que nos pide dar de sí sobrepasándonos. Todo orden tiene su crisis y toda crisis en la que preguntamos por qué es una pregunta para que demos de sí. Con Dios

Dios, la palabra y las palabras

Dios, la palabra y las palabras Hace poco escribía en mi diario: “A veces estamos tan escondidos /en nosotros mismos /que no es extraño /que para que nos conozcamos /nos hagas dar un rodeo /por historias lejanas /o de ficción que nos cuentas /y hemos aprendido /a contarnos de tu mano”. Hoy, cuando escribo es el día del libro, y pienso que Dios es en primer lugar para nosotros un deseo que nos mira antes de que existamos y nos pronuncia; que nos llama haciéndose Palabra para darnos vida. Y luego se acerca susurrando esta Palabra en nuestras mismas historias tamizándolas discretamente. Y finalmente se hace Palabra de carne y sangre, plena de vida, historia solo de amor y deseo de amor. Jesús es esa Palabra originaria que nos busca haciéndose historia. Una historia, entre real y ficticia a nuestros dubitativos oídos, que se nos cuenta invitándonos a reconocernos. Una historia que encarnar. Es esa Palabra que trae el deseo de vida de Dios para nosotros. Palabra convertida en encuentros e

Apocalipsis

La palabra apocalipsis lleva siempre a pensar en tragedias y sufrimientos como castigo de Dios, en el mal campando a sus anchas por el mundo y sin apenas nada o nadie que lo pueda parar, en el todos contra todos y en el sálvese quien pueda. Sin embargo, la palabra significa simplemente revelación. Revelación a las claras, sin posible ocultamiento, del mal que habita el mundo y, a la vez, de la fuerza de Dios que habita a los que se mantienen fieles a su justicia. Entonces, ¿estamos en un apocalipsis? Seguramente sí, pero no en ese que les gusta predicar a esos fanáticos agoreros que parecen regodearse con el mal de los demás cuando les sirve para afirmarse en sus ideas. No, en ese no. Más bien estamos en ese otro apocalipsis, aquel del que habla el Nuevo Testamento, en el que se nos revela la situación sufriente del mundo real y que muchos de nosotros, la mayoría, no conocíamos porque vivíamos en el cielo, en el quinto cielo, en un paraíso de puertas cerradas a la tragedia real del m

La vida en diferido

Conocemos aquel refrán que dice que “lo bien hecho bien parece”. Lo decimos para afirmar que las cosas buenas lo son en sí, aunque a veces no se vea su esplendor, aunque de inicio solo se perciba el esfuerzo que suponen. Esto significa, para quien repite el refrán o para quien lo acepta, que existe una belleza escondida en el mundo que solo aparece cuando los hombres confiamos en ella y trabajamos bien y con bondad aceptando que su nacimiento debe pasar por un tiempo de gestación no siempre fácil. Así pues, la mejor cara de la realidad parece decirse siempre en diferido, como si hubiera que programar el mundo para que después, en un tiempo que no sabemos ni podemos controlar, nazca la exuberancia que parecía reservarse. A esta distancia bien podríamos llamarla la cuaresma de la realidad. Una cuaresma que Dios vive igual que nosotros, pues habiendo creado el mundo bajo un diseño paradisiaco, el de su propio corazón, debe soportar que su trabajo, sembrado con amor, no dé de sí sin más.

La música y el amor

Por más que no terminemos de encontrarlo y expresarlo del todo, el amor está inscrito en nosotros como un anhelo que debe cumplirse para que alcancemos nuestro verdadero sentido. Uno de los lugares expresivos del amor es la música que ha acompañado al hombre desde siempre. Una música que los filósofos pitagóricos creyeron escuchar en la armonía del universo, cuando las cosas se entremezclan con orden y exuberancia. Basta contemplar a una madre con su bebé en brazos cantándole una nana para ver cómo la música trae la misma vida de la madre envolviendo al bebé, y entra, como si tuviera vida propia, hasta la intimidad más profunda de este produciendo una paz en la que el niño puede dejarse llevar al sueño y soñar. La música, entonces, parece ser un tercero entre dos, que une la vida que parece separar la carne. Es así, el Tercero, como algunos llaman al Espíritu santo, amor vivo del Padre y del Hijo, que les une y les expresa. De la misma forma, la música acompaña el camino común cuando,

Sobre la omnipotencia del amor divino

El ser humano parece tener un instinto que le hace resistir incluso en las peores condiciones, esperando que esas situaciones vividas no tengan la última palabra sobre su vida. Una y otra vez se levanta y confía en la vida incluso frente al mal y la desdicha. Cuando esto deja de suceder el ser humano va perdiendo su humanidad, deshumanizándose, o su vitalidad quedando en un estado casi catatónico. Pero, ¿por qué esperamos incluso cuando apenas hay razones para ello? Quizá la omnipotencia de Dios es la que ha grabado la esperanza en nuestros corazones. Quizá esta omnipotencia consista en someter y orientar, antes o después, toda la realidad a un futuro de vida a pesar de que esta se configure en muchas ocasiones contra el bien y la belleza que el mundo y la humanidad necesitan. Quizá su omnipotencia sea el poder que hace que el peso del mal y la desdicha no tengan la última palabra. Y quizá por ello la omnipotencia divina se refleja en el trabajo de tantos que intentan dirigir el mundo

Una carta de Dios

La primera palabra de Dios sobre el mundo es aquella que lo llama a su existencia. Su primera palabra sobre nosotros es aquella que nos llama a vida y nos da dominio sobre el mundo, y la que nos invita a ser su imagen dando vida y espacio de libertad a los demás. Por eso, su palabra se expresa no tanto en sonidos cuanto en la carne de los que perciben agradecidos el don de la existencia, y dicen: Tú me has llamado a la vida; Tú le has dado una misión y un sentido a mi existencia; Tú, que eres fiel, me acompañarás hasta que se cumpla. Su palabra se expresa igualmente en los que se vinculan a los demás ofreciéndoles su propia vida. Ahora bien, parece un hecho que somos disléxicos, que no terminamos de comprender y vivir este lenguaje interior de la acción de gracias y del don. Esto es lo que llamamos pecado. ¿Cómo, entonces, aprender a escuchar esta palabra de Dios que llevamos dentro y cómo aprender a pronunciarla? Existe un lugar donde esta palabra de Dios puede ser escuchada y verse

Discreto compañero de camino

Dios no coincide con nada de este mundo. Nada es Dios. Nada de lo que vemos, nada de lo que tocamos, nada de lo que sentimos. Sin embargo, nada hay en el mundo donde Dios no esté presente. Nada coincide con Él y nada se sostiene sin el aliento de su llamada creadora, nada es dominado por él y nada sabe adónde dirigirse si no es a través del aliento de comunión que Él ha inscrito en núcleo más profundo de las cosas y las personas. Por eso a Dios no hay que buscarlo aquí o allí, sino hay que reconocerlo aquí y allí, en todo momento y lugar, como presencia siempre suscitadora de una vida plural y sobreabundante, alentadora de una existencia y relación de amor, como hogar acogedor donde todo busca recogerse en bajo el abrazo de su ser. Pero, ¿quién nos enseña esto? Los cristianos creemos que en un punto de la historia, que se ha convertido en principio y fin de la misma, Dios coincidió con el mundo para que los hombres supiéramos cómo nos mira y aprendiéramos a mirar y encontrarlo, para

Migrantes hacia el año nuevo

Por más que los seres humanos nos empeñemos en salir del círculo de la fortuna y la desgracia, la salud y la enfermedad, la alegría y el llanto, la amistad y el odio, este círculo se repite día tras día, año tras año. “Nada nuevo bajo el sol” (Eclesiastés 1, 9). Uno se hace la ilusión de que las cosas pueden cambiar dejando atrás el lado oscuro y gravoso de la vida. Esta ilusión se expresa cuando nos deseamos un feliz año nuevo y también cuando contamos a nuestros hijos esos cuentos que terminan con la expresión “y fueron felices…”, suponiendo que la situación final dejará atrás y para siempre todo sufrimiento, tristeza, soledad, pobreza y desamor. Por más que la vida nos desengañe, no dejamos de esperar que esto sea así, como las aves migratorias que, pese a su aparente debilidad, tienden hacia su paraíso de forma natural. La razón de fondo es que nuestro deseo está habitado por la imagen de una vida verdadera que, aunque no conocemos, sabemos que nos pertenece. Una vida que apunta f

La estrella escondida

La costumbre de leer el evangelio como una historia que sucedió en un pasado lejano nos ha jugado una mala pasada, porque quizá lo hayamos convertido, más de lo que creemos, en un cuento. Pero para los cristianos el evangelio se cumple hoy, existe hoy, sucede en cada momento que uno lo recibe con el corazón abierto. Dice el evangelio de Mateo que cuando los magos llegaron a Jerusalén perdieron la estrella que seguían; y también que Herodes al escucharlos tembló y con él toda Jerusalén. Quizá porque habían descubierto lo que con tanto ahínco querían tener oculto: la llamada de Dios a una vida verdadera. Y todo porque habían escogido una vida rentable, una vida a su medida, a la medida de sus deseos sin educar. Y cuando uno elige esa forma de vida ni ve ni quiere ver las señales de Dios, nunca oye ni quiere oír su palabra. Hoy, en esta misma situación, en vez de reaccionar con la hipocresía asesina de Herodes que envía a los magos a buscar de nuevo la estrella (que es Jesús) para poder

Las formas de Dios

En una reflexión anterior comentaba que Dios no está al lado de las cosas como una cosa más, sino que su presencia reverbera en la realidad que habla de él como misterio originante, como fundamento vitalizador de la realidad, como llamada que llega desde el futuro movilizando las energías del mundo y de los seres humanos hacia posibilidades sobreabundantes. De cuando en cuando su misterio se viste de criatura para decirse. En la Escritura lo vemos vestido, por ejemplo, de zarza ardiente que no se consume, mostrándose a Moisés como vida inextinguible, como ese hogar cálido que crea una lumbre donde recogerse, aunque celoso de sí, sin permitir que se le agarre apropiándose de él. Así es su santidad: permanente, acogedora y a la vez inasible, inmanipulable. En otro lugar, a varios siglos de distancia, Jesús dibuja a Dios comparándose con una gallina que intenta reunir a sus polluelos bajo sus alas (Lc 13, 34). Así es Dios también: acogedor y vulnerable, casi indefenso como la gallina, por

La llamada escondida

Basta echar una ojeada a la realidad para ver que está habitada por una fuerza que la impulsa de continuo a dar de sí, a no conformarse con lo que ha sido, a transfigurarse en nuevas formas y movimientos. Nada está quieto, todo está en movimiento hacia sí mismo o hacia otra realidad donde recrearse. Si no estuviéramos tan acostumbrados a los procesos naturales nos daríamos cuenta asombrados. Si no estuviésemos tan abstraídos mirando la realidad como algo de usar y tirar nos sorprenderíamos a cada paso. La flor se muere y se renueva como fruto sorprendente, la semilla parece rendirse y desaparecer para engendrar inmediatamente un futuro sorprendente. Nada parece perderse en el entramado de la realidad sin dar a luz una nueva realidad donde el mundo se rehace sin desesperar de sí mismo, sin ceder a la presión del vacío y de la nada. También nosotros estamos habitados por una llamada de Dios que nos crea cada día, que nos va invitando a hacer de cada acontecimiento un lugar para dar de

La densidad de un gesto

Hace unos días estaba sentado en el interior de una ermita yo solo. En un determinado momento se abrió la puerta y entró una mujer que se dirigió al primer banco seguida a un par de metros de su marido que hizo lo propio. La mujer se arrodilló para hacer sus oraciones y el marido la siguió en el gesto. Les separaba un pequeño espacio y antes de comenzar cada uno su oración, la mujer miró a su marido y, visto que estaban algo separados, se movió hacia él para rezar juntos. No oraban en alto las mismas oraciones, pero lo hacían juntos, reuniendo vidas distintas. El gesto de la mujer había sido claro. No quería ni estar sola ni que el otro lo estuviese, cada uno ya no existía sin el otro. Esta escena tan simple me conmovió, especialmente el movimiento, tan sencillo como íntimo, de la mujer hacia su marido, y me hizo pensar en una de las formas que la que el Señor ha querido inscribirse en nuestra vida para hacernos saber quién es. Los católicos, siguiendo la intuición de san Pablo en la c

El susurro de las cosas

“A Dios nadie lo ha visto nunca…”, dice san Juan el evangelista, y a nadie nos extraña esta afirmación ya que lo sabemos por experiencia. Pero entonces ¿cómo saber de Él?, ¿cómo buscarlo?, ¿cómo pensarlo? El salmo 18 nos da una pista, dice: “El cielo proclama la gloria de Dios…; el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra...”. La razón es que Dios mismo se ha inscrito en la realidad. Habla por sus obras a quien sabe mirarlas. Todo cuenta la historia que quiere vivir con nosotros, a condición de que miremos con hondura. La velocidad con que tratamos las cosas y a las personas nos roba su misterio, y es en él en el que está escrito el plan de Dios y en el que se nos invita a participar en él. La realidad tiene dos caras, como las vidrieras de las catedrales. Cuando se la mira superficialmente no se ve nada como cuando se mira las vidrieras desde el exterior, pero si uno se detiene y entra en la oscuridad de la Iglesia todo se llena de color y uno descubre lo in