El susurro de las cosas

“A Dios nadie lo ha visto nunca…”, dice san Juan el evangelista, y a nadie nos extraña esta afirmación ya que lo sabemos por experiencia. Pero entonces ¿cómo saber de Él?, ¿cómo buscarlo?, ¿cómo pensarlo? El salmo 18 nos da una pista, dice: “El cielo proclama la gloria de Dios…; el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra...”. La razón es que Dios mismo se ha inscrito en la realidad. Habla por sus obras a quien sabe mirarlas. Todo cuenta la historia que quiere vivir con nosotros, a condición de que miremos con hondura. La velocidad con que tratamos las cosas y a las personas nos roba su misterio, y es en él en el que está escrito el plan de Dios y en el que se nos invita a participar en él. La realidad tiene dos caras, como las vidrieras de las catedrales. Cuando se la mira superficialmente no se ve nada como cuando se mira las vidrieras desde el exterior, pero si uno se detiene y entra en la oscuridad de la Iglesia todo se llena de color y uno descubre lo increíble. Como en un juego de escondite Dios quiere ser buscado entre las realidades cotidianas, y humildemente, sin aspavientos, nos espera en su designio de amor para nosotros Por eso sigue el salmo: “sin que las cosas hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra ofrecen su pregón”. El designio de Dios está escrito no solo en nuestro corazón, también en las hojas de un bosque, en los vientos, en el cuerpo que se forma en un vientre materno, en las sensaciones de la piel, en la evolución, en las destrezas que encontramos en nuestras manos... Creemos en un Dios que escribe y que está escrito en el mundo. Compañero susurrante incluso en los ínfimos detalles, como afirmaban las parábolas de Jesús.

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