DOMINGO V DEL TIEMPO DE PASCUA. CICLO C (Hch 14, 21b-27; Sal 144, 8-13; Apoc 21, 1-5a; Jn 13, 31-35)

“Para alabanza y gloria de su nombre”, del nombre de Dios, para esto celebramos la eucaristía. Pero dicho así no suena muy bien, pues parece que nos asimilamos a los que gritan y sacan las banderitas y aplauden al político o al famoso de turno, y terminan por no ser más que una parte del decorado para regodeo de los que solo quieren de ellos la admiración.

En la oración litúrgica, sin embargo, a esta frase se añade la expresión “para nuestro bien”. Y es que la gloria de Dios se revela cuando su presencia da vida y vida en abundancia, cuando nos rescata con su fuerza misericordiosa y su perdón de las miserias en las que estamos entrampados, cuando al alentarnos con su mismo Espíritu sale de nosotros lo mejor que se esconde en nuestro interior y no conocemos por vivir ensimismados, cuando la tierra aparece como hogar de todos y se puede vivir sin miedo porque todos son acogidos por todos en la mesa común que Dios quiere hacer de la creación.

Por eso, aclamar al Señor, a este Dios manifestado en Jesús, solo se puede hacer verdaderamente cuando se ha experimentado su presencia como espacio vivo de vida, como espacio amplio de posibilidades, como intimidad recogida desde donde ser nosotros mismos, como aliento continuo a pesar de nuestras torpezas.

Esto es lo que refleja Jesús en todo su esplendor cuando vive solo de Dios y para él (Dios es glorificado por él y así él recibe la gloria de Dios). Jesús refleja esa gloria inquieta que no solo le sostiene y le da vida y le hace resplandecer, sino que se extiende sobre nosotros con su amor. Como en él, la gloria de Dios se refleja en nosotros cuando somos revestidos de su amor por todos, por eso en el evangelio de hoy se nos dice que nos amemos como Cristo nos amó, pues entonces todo será revestido con un brillo nuevo, el brillo con el que Dios quiere hacer vestir su creación y en el que descubrimos que realmente no vivimos nosotros para él, sino que desde el principio él ha vivido para nosotros.


Pintura de Makoto Fujimura. No conozco el título de esta pintura, pero me provoca una intuición, la visión del mundo y sus esfuerzos mientras están siendo acogidos en la vida, en la gloria de Dios.

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