Dios, la palabra y las palabras
Dios, la palabra y las palabras
Hace poco escribía en mi diario: “A veces estamos tan escondidos /en nosotros mismos /que no es extraño /que para que nos conozcamos /nos hagas dar un rodeo /por historias lejanas /o de ficción que nos cuentas /y hemos aprendido /a contarnos de tu mano”.
Hoy, cuando escribo es el día del libro, y pienso que Dios es en primer lugar para nosotros un deseo que nos mira antes de que existamos y nos pronuncia; que nos llama haciéndose Palabra para darnos vida. Y luego se acerca susurrando esta Palabra en nuestras mismas historias tamizándolas discretamente. Y finalmente se hace Palabra de carne y sangre, plena de vida, historia solo de amor y deseo de amor.
Jesús es esa Palabra originaria que nos busca haciéndose historia. Una historia, entre real y ficticia a nuestros dubitativos oídos, que se nos cuenta invitándonos a reconocernos. Una historia que encarnar. Es esa Palabra que trae el deseo de vida de Dios para nosotros. Palabra convertida en encuentros e historias múltiples que tejen un relato aún inacabado.
Por eso, los cristianos, aunque lo olvidemos tantas veces, amamos las palabras, nos gusta leer y contar historias, amamos la escritura y veneramos las Escrituras, porque vivimos buscando el rastro de esa Palabra originaria que nos llama a la vida con deseos de amor.
No hay para nosotros lecturas o escrituras profanas, pues en todas podemos encontrar, sea entre renglones derechos o torcidos, el eco de la Palabra originaria que se busca en nuestras vidas. Lo que sí hay son lecturas y escrituras vulgares, mentirosas, pero esto es otro tema.
Comentarios
Publicar un comentario