La estrella escondida

La costumbre de leer el evangelio como una historia que sucedió en un pasado lejano nos ha jugado una mala pasada, porque quizá lo hayamos convertido, más de lo que creemos, en un cuento. Pero para los cristianos el evangelio se cumple hoy, existe hoy, sucede en cada momento que uno lo recibe con el corazón abierto. Dice el evangelio de Mateo que cuando los magos llegaron a Jerusalén perdieron la estrella que seguían; y también que Herodes al escucharlos tembló y con él toda Jerusalén. Quizá porque habían descubierto lo que con tanto ahínco querían tener oculto: la llamada de Dios a una vida verdadera. Y todo porque habían escogido una vida rentable, una vida a su medida, a la medida de sus deseos sin educar. Y cuando uno elige esa forma de vida ni ve ni quiere ver las señales de Dios, nunca oye ni quiere oír su palabra. Hoy, en esta misma situación, en vez de reaccionar con la hipocresía asesina de Herodes que envía a los magos a buscar de nuevo la estrella (que es Jesús) para poder acabar luego con ella, emborrachan nuestro corazón de buscadores a base de luces, comidas, compras, y deseos apáticos escritos con buena caligrafía. Y así se pierde ese encuentro bendito entre la estrella de Dios y el anhelo de nuestro corazón que se han buscado desde siempre. Ese encuentro que puede darnos una alegría y una esperanza a prueba de todo sufrimiento. ¿Seremos capaces de encontrar algún momento para salir de esta Jerusalén sorda donde la encarnación de Dios se ha convertido es un cuento de navidad? Y, ¿cómo lo vamos a hacer? Porque no basta, como digo, con un deseo sin ganas.

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