Las manos del Señor (Jen Norton)

No dejas de ser una mano tendida. Al principio de niño vulnerable que busca suscitar en nuestra humanidad el amor de madre para que contemplemos el Dios-del-cuidado-eterno que llevamos dentro. Luego para invitarnos a seguirte y para tocar nuestra carne serenando el dolor que nos habita. Finalmente, incluso cuando tus manos, clavadas a la cruz, parecen no poder hacer nada, tú sigues siendo una mano tendida que ofrece toda su sangre y pide toda la nuestra; una mano confiada, de manera demente, en las posibilidades del amor. Y así conviertes los clavos de nuestra miseria en atadura de fidelidad a tu misión de darnos vida. Y tu mano queda así extendida para siempre.

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