Aprovechar la vida
Escuchaba decir a un
comentarista del corazón hablando de una madre de mediana edad, divorciada y
con dos hijos, que “había querido recuperar la vida”. Con ello entendía él
volver a salir de fiesta, a tener una relación con un chaval de veintipico….
¡Qué lejos de la visión
cristiana de las cosas! No porque al cristiano le esté vedado el gozo, la
alegría que produce la fiesta en sus diversas formas, sino porque el Señor nos
ha enseñado que la vida plena es la que abraza todo lo que somos en todos sus
momentos y vive en cada uno de ellos de un amor que le hace dar fruto. Es el
amor el que hace que Jesús extienda la alegría de Caná cuando ya parecía
agotarse, y es el amor el que le lleva a resistir en Getsemaní cuando parece
agotado del todo, envuelto en una tristeza y dolor máximos. He aquí una vida
aprovechada hasta el final.
Aprovechar la vida no es,
entonces, correr obsesivamente detrás de todo lo que nos hace experimentar gozo
sensible, sino intentar que cada momento esté lleno de humanidad. Porque
sabemos que hay cierta alegría que tiene poco de humanidad, pues es fruto del
egoísmo, del sarcasmo, de la indiferencia por los demás, o fruto de borracheras
de alcohol o de exhibicionismo. Por otra parte, sabemos que hay dolores llenos
de humanidad pues son fruto del amor dado, de la fidelidad, de la preocupación
por los demás.
Saber reír a su tiempo y llorar
cuando toca; saber gozar dando gracias y dar vida, aunque nos cueste dolores; y
hacerlo todo con la confianza de que a su tiempo la semilla de nuestra vida tendrá
frutos de vida eterna. Esto es para nosotros aprovechar la vida.
(Publicado en Iglesia en Zamora, 319)
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