DOMINGO II de ADVIENTO (Is 11, 1-10; Sal 72; Rom 15, 4-9; Mt 3, 1-12)

Me pregunto si la expresión con la que se define a Juan Bautista, “voz que grita en el desierto”, no tiene el mismo significado que nuestro “como hablar a una pared”. Porque en el desierto el pueblo de Dios murmuró, se quejó, se fabricó un dios falso, por más que el Señor le manifestaba su presencia compañera y guía.

Me pregunto si el evangelio de este domingo, a través de esa voz ruda de Juan, no quiere destapar nuestros engaños: “¿quién os ha enseñado a escapar diciendo “somos hijos de Abraham”, o pensando “hemos venido a bautizarnos”?

Juan el bautista nos recuerda hoy que, aunque necesitemos orar y meditar (seguramente mucho más de lo que lo hacemos); que, aunque necesitemos simbolizar con ritos nuestra fe; que, aunque necesitemos gestos en nuestra casa para recordarnos que esperamos al Señor; solo se recibe a Jesús con la vida. Y si nuestro Adviento y luego nuestra Navidad solo están hechos de lo que viste nuestro desierto interior de gestos exteriores no seremos distintos del mundo artificial y vanidoso que tanto criticamos.

Hoy Juan nos recuerda que Jesús no viene a hacernos religiosos, sino a salvar nuestra vida y hacer de nosotros un mundo nuevo donde habite la paz y la justicia. Queda pues abrir todas las puertas de nuestros desiertos para que haga de ellos un vergel y poner en sus manos todas las energías de nuestros trabajos para que las utilice como instrumentos de su Reino.


Pintura: Juan Bautista, icono de Gocha Giorgadze.

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