DOMINGO III de ADVIENTO (Is 35, 1-6a.10; Sal 145, 6-10; Sant 5, 7-10; Mt 11, 2-11)

Estamos tan necesitados, incluso cuando tenemos más de lo necesario para vivir, que fácilmente nos apuntamos a la primera promesa que nos llega. Nuestra vida necesita alegría, confianza, compañía, esperanza, y por eso vive como un perro perdiguero, atenta, incluso sin darse cuenta, a los signos por donde puedan venir estas realidades que no podemos fabricar por nosotros mismos.

Estamos hechos para recibir algo que no podemos darnos a nosotros mismos. Por eso nos buscamos continuamente en las cosas del mundo y, sobre todo, en los demás. Cuando encontramos alguno de estos dones, la vida se alegra, se ensancha, se respira con esperanza. Sin embargo, nada de lo encontrado es completo. Ni siquiera “el mayor de los nacidos de mujer” es suficiente. Lo que encontramos, cuando el mundo y los demás nos bendicen, son signos del Esperado, signos sembrados por Dios para alentarnos mientras caminamos hacia la plenitud, signos que se pueden dar aquí y allá, dentro y fuera de nuestras fronteras que trazamos para sentirnos seguros, dentro y fuera de la Iglesia. Son, como decía San Justino, “semillas del Verbo” que está naciendo, que está viniendo, que está llegando. Y, en alguna de ellas, sentimos que lo tocamos ya con las yemas de los dedos.

Pero hay que tener cuidado, porque no es extraño que estos signos, aun siendo semillas del Verbo, puedan contener también venenos escondidos. Por eso, es bueno decirnos que ninguno más que Jesús es el Mesías, ni siquiera aquellos que nos lo dan a conocer o a vivir. Solo así nuestra fe, incluso sufriendo en estos tiempos de escándalos, podrá sostenerse mientras el Señor llega.


Pintura de J Kirk Richards, Cristo Redentor.

Comentarios

  1. Menos mal que una voz lúcida habla claro espero que mucha gente lea esta reflexión.
    Gracias

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