FIESTA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA Gen 3,9-15.20; Sal 97,1-4; Ef 1,3-12; Lc 1,26-38

La fusión nuclear es un proceso físico en el que se unen los núcleos de dos átomos, vamos a dejarlo ahí porque no soy especialista en física. El caso es que esa unión produce una gran energía, de modo que, por ejemplo, nosotros vivimos gracias a la luz y al calor que se libera en el sol debido a que este proceso es continuo en él.

Es verdad que puede ser destructivo, como muestra la bomba atómica, pero ahora me centraré en su lado positivo para apuntar el significado del dogma de la Inmaculada Concepción de María.

Este privilegio de María no es sino un fruto, el primero, de la encarnación del Hijo de Dios, es decir, de la unión de lo divino y lo humano en Jesús. Esta unión lejos de anular lo divino reduciéndolo a nuestra mortalidad y pecaminosidad la agranda mostrando su capacidad de acoger y enriquecer con su vida lo distinto sin anularse. Por otra parte, lejos de anular lo humano lo ensancha hasta transfigurarlo llenándolo de santidad, es decir de un amor que no renuncia a ser amor incluso delante de la muerte y el pecado.

Pues bien, este encuentro de lo humano y lo divino produce una energía de vida y santidad que puede iluminarlo todo, transfigurarlo todo, santificarlo todo a su contacto. Y el primer fruto de esta transfiguración extensiva del mundo es la misma santidad de María, ya que ella es el lugar que el Espíritu prepara para este encuentro. Pero no miremos solo a María, ella nos anuncia con su misma santidad lo que podemos llegar a ser al contacto con esta fuente de energía espiritual que es la encarnación del Hijo de Dios. Ojalá podamos confiar en que también en nosotros el Señor mira la pequeñez de su sierva y puede llenarla con su grandeza.  


Pintura: El inmaculado corazón de María, Stephan B.  Whatley.

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