DOMINGO XI DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO A (Ex 19,2-6a; Sal 99,2.3.5; Rom 5,6-11; Mt 9,36-10,8)

Como ovejas que no tenían pastor, así vio Jesús a la gente de su tiempo, y así creo que nos ve a nosotros en este momento.

Tener pastor no significa, en el ámbito bíblico, perder la libertad como si fuéramos ovejas tontas a las que no se puede dar libertad y de las que uno se puede aprovechar. A pastores de este tipo Dios los condena, como queda bien claro en los oráculos de Ezequiel.

Tener pastor significa, más bien, saber que alguien despierta con su preocupación puesta en nuestra vida, y que, por tanto, no estamos solos ni abandonados a nuestra propia suerte.

Tener pastor significa que hay alguien que no piensa en sí mismo cuando se dirige a nosotros, sino que habla para darnos la palabra, va delante para ofrecernos futuro, va detrás para recogernos si perdemos el paso, va al lado para escuchar nuestras esperanzas y nuestros miedos.

Tener pastor significa descubrir que alguien nos ayuda a caminar juntos, incluso cuando no vemos más que lo que nos separa, que alguien nos arranca de esa soledad despectiva que nos enfrenta entre nosotros como si fuéramos extraños y no hermanos.

Tener pastor significa, también, tener alguien capaz de decirnos lo que necesitamos oír, aunque no queramos hacerlo o tardemos comprender y volver a retomar el camino de la vida.

Este es Jesús, “el gran pastor de las ovejas” (Hb 13,20), y hemos de pedir que nuestros pastores reciban de él su mismo corazón.

Comentarios

  1. Así me siento yo abandonada a mi propia suerte.
    Gracias Paco gracias

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