DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO A (Zac 9, 9-10; Sal 144, 1-2.8-9.10-11.13cd-14; Rom 8, 9.11-13; Mt 11, 25-30)

Dios no es solo un punto de llegada donde la misericordia tiene la puerta abierta. No. Dios es también un punto de partida. En él hay un designio que discierne lo que está bien y lo que está mal, lo que da vida de lo que la quita. Es aquí donde se sitúa la frase, aparentemente intranscendente, “así te ha parecido bien”, que Jesús pronuncia en el evangelio de hoy. Hay cosas que le parecen bien y otras que no le parecen tan bien.

Y es necesario conocer este gusto de Dios, porque en él está la vida, como dice el relato de la creación del Génesis: “Le pareció bien/vio que era bueno”, a lo que podría añadirse: “…porque allí estaba la vida”.

Así pues, el camino para conocer lo bueno es entrar en el corazón de Dios y, como dice el evangelio de hoy, este se ha mostrado definitivamente en la forma de vida de Jesús: en sus formas, en sus gustos, en sus preocupaciones… Por eso, la vida cristiana consiste sobre todo en aprender, unidos como en un yugo con Jesús, a mirar la vida con los ojos de Dios, a recibirla con la acción de gracias de Jesús y a ofrecerla con su misma generosidad. Un camino reservado a los pequeños, a los que saben poner en el centro algo que no sean ellos mismos, en este caso a Jesús.

Este camino hace que no solo Dios pueda descansar en su creación, sino que el ser humano encuentre descanso con ella, es decir, que encuentre aquella armonía donde todo está en un vivo intercambio de bien que abre las puertas al gozo que Dios quiso para ella.

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