DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR (Isaías 42,1-4.6-7; Sal 28, 1-10; Hch 10, 34-38; Mc 1, 7-11)

A veces los evangelistas al escribir la historia de Jesús dejan señales escondidas en el texto que solo ser reconocen si uno sabe cuál era su manera de pensar el mundo y la historia, y lo que llegaron a comprender al final de la vida de Jesús. En el relato del bautismo de Jesús de hoy, creo que el evangelista hace algo de esto.

Lo primero que describe es un momento de la historia de Jesús, su bautismo, pero por debajo hay una historia mucho más amplia. Una creación y una historia que nace de las aguas según el capítulo primero del Génesis. Una creación que parece que nunca parece llegar a ser lo que Dios quiere, y a sentir lo que Dios siente por ella. Una historia que concluirá cuando los hombres vean que Dios es la vida del mundo y sientan que están llamados a ser su imagen, es decir, opten por ser seres de vida y no de muerte en el mundo, seres que acojan, cuidan, alientan, consuelan y hagan dar de sí la vida.

Y esa es la vida que ha seguido Jesús. Ha entrado en esa creación turbulenta que no termina de saber salir de las aguas y ha abierto a través de ellas un camino de vida plena que finalmente ha sido afirmado por la resurrección. Cuando el evangelista dice que se oyó una voz del cielo que decía: “Tú eres mi Hijo muy amado”, habla de este final que ya conoce. Y al hacerlo nos invita a bautizar nuestra vida, siempre a medio camino, con el Espíritu de Jesús, porque él nos puede acompañar pues conoce las turbulencias que sufrimos, y nos puede llevar a plenitud pues ha abierto la vida de amor de Dios para todos.  


Pintura de Mike Quirke, Bautismo de Jesús

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