DOMINGO IV DE CUARESMA (2Cro 36,14-16.19-23; Sal 136,1-6; Ef 2,4-10; Jn 3,14-21)
Vivimos en medio de las adulaciones de la política y del mercado: “Sois fantásticos, os lo merecéis todo”. No otra cosa nos susurran los anuncios, y así se dirigen a nosotros los políticos que solo nos dicen lo que las encuestas les han enseñado antes que queremos oír. Pero, a la vez, nos rodean las críticas de los demás y a ellos les acosan las nuestras. Y, después, lo que nos dice nuestro oscuro interior lleno de problemas no resueltos, de sentimientos de culpa y de complejos de inferioridad.
Pero no importa, todo hay que vestirlo que luz artificial. No importa si nos engañamos o nos engañan. Todo sea por tener la sensación por un momento de vivir en Happyland, o al menos que los demás lo crean.
Frente a ello,
Jesús nos mira a los ojos y, con un afecto no exento de seriedad, nos hace ver
la verdad de las cosas, nos muestra con su presencia nuestras culpas y nuestros
miedos, aunque también nuestro valor y nuestras posibilidades. Caminar con él
es como aprender a desnudarse y descubrir quién somos de verdad. Ver el enemigo
interior que no queremos ver, la serpiente venenosa a la que no hay que dejar
que se esconda porque si no en cualquier momento acaba con nosotros.
Hay que aguantar
un poco el silencio de su mirada, que parece que suelta todos nuestros monstruos
interiores, y allí pedir contemplar su amor infinito que no necesita que
escondamos nada para confiar en nosotros y para invitarnos a compartir sus
tareas en un mundo que necesita vida, y no importa si quien la pone es débil o
poca cosa o tiene en su cuenta corriente pecados vergonzosos.
Este es el
mensaje del evangelio de hoy: Mira y déjate mirar por Cristo, viene a decirnos.
Él no te engañará, verás la verdad y podrás comprender hasta qué punto estás en
el centro de su amor pase lo que pase.
Lleva tiempo
desnudarse. Es cuestión de oración y confianza. Y si encuentras que alguien
puede acompañarte sin engaños, pues mejor.
Fragmento de un crucificado pintado en tabla.
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