DOMINGO IV DEL TIEMPO DE PASCUA. CICLO C (Hch 13, 14.43-52; Sal 99, 2.3.5; Apoc 7, 9.14b-17; Jn 10, 27-30)
Cuando el sacerdote se dispone a leer el evangelio en la eucaristía expresa la intención central de ese acto. Dice: “El Señor esté con vosotros”. Con ello afirma que de lo que se trata, al escuchar el evangelio proclamado, no es de acoger algunas ideas más o menos buenas para la vida, sino de acoger al mismo Cristo que llega como buena noticia, él es el Evangelio. Por eso, al final de la proclamación, dice: “Palabra del Señor”, y toda la asamblea confirma su presencia con alegría: “Gloria a ti, Señor Jesús”.
No siempre sentimos que esto es así, porque no siempre celebramos la eucaristía como un rito de encuentro vivo con el Señor. Pero esto es lo que es. En este sentido, se entienden bien las palabras de Jesús en el evangelio de hoy: “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen”. Es importante subrayar que los cristianos seguimos a Jesús escuchando sus palabras. En ellas, Él mismo se va haciendo con nuestra vida para conducirla a la “vida eterna”. Con ellas nuestra carne va resucitando, porque ellas, cuando son acogidas, van renovando nuestra vida con su Espíritu. Por eso afirma Jesús que los que lo escuchan “no perecerán”.
No hay otra forma de estar con Cristo que en la meditación de su evangelio.
Todas las demás dependen de ella, también la que acontece en la profundidad de
la comunión eucarística, porque en ella el
Cristo que entra por el oído (como decía Pablo, Rom 10,17) alcanza a unirse
carne con Carne, espíritu con Espíritu, con nuestra vida. Esta palabra que
leemos y escuchamos en la eucaristía, y que la Iglesia nos invita a meditar
también personalmente, es el lugar de encuentro con el Señor. Cuando esto se
olvida todos los demás encuentros, también el eucarístico, empiezan a quedar atrapados
por nuestros deseos, también los piadosos, de dominar a Dios, y pierden su
sentido.
Es verdad que no pocas veces, al leer el evangelio o escucharlo en
misa, puede pasarnos lo que sucedió a los de Emaús, que escuchemos sin
reconocer, que oigamos solo palabras o ideas, pero si nuestro deseo está atento,
si nuestro corazón está abierto, él sabrá dejarse ver en su momento y traer,
como en la primera pascua, la paz y el gozo a nuestro corazón.
Pintura de Ina Mar. Al ver esta pintura, pienso en el itinerario de los de Emaús y en el nuestro. Cristo nos acompaña con su palabra hasta que aprendamos a identificar el rostro de su presencia viva.
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