SOLEMNIDAD DE LA SANTISIMA TRINIDAD - CICLO C (Prov 8, 22-31; Sal 8, 4-9; Rom 5, 1-5; Jn 16, 12-15)

No hay un lugar para encontrar a Dios, es necesaria una sabiduría, porque Dios no coincide con este o este otro lugar, sino que se da como una presencia que envuelve todo lugar y todo tiempo para llenarlos de su gloria. Y esta sabiduría es un don de vida que procede de él mismo: “Tu luz, Señor, nos hace ver la luz”, dice el salmo. Esta sabiduría, que desde siempre le acompaña, es la que se nos ha dado en Jesús. En él encontramos un lugar para, en todo lugar, percibir la mirada paterna de Dios que nos crea, que nos acoge, que nos invita a participar de la creatividad de su amor. Por eso a Jesús le llamamos Hijo de Dios, sabiduría del Padre. En él encontramos la raíz de nuestro ser, el lugar donde Dios quiere colocarnos y la libertad con la que nos empuja al mundo para envolverlo con la gloria de su amor. 
Y así Dios nos vistita siempre como origen y horizonte que nos crea, como lugar donde ser nosotros mismos bajo la mirada de este amor eterno y sostenernos en él, y como movimiento que nos despierta cada día para participar creativamente en su gloria exuberante.
Al igual que los múltiples lugares donde vivimos, encontramos en nuestro interior multiplicidad de impulsos para buscar la vida, el gozo, la verdad, y tampoco ninguno de ellos coincide con Dios que es un impulso de vida que, como un remolino de amor, los envuelve todos impulsándolo hacia la comunión, de forma que ninguna vida, ningún gozo, ninguna verdad se haga exclusiva y excluyente. Y, de esta manera, en todo impulso podemos encontrar a Dios cuando dejamos que se llene de afecto por lo propio y por lo común en un mismo movimiento de amor. Es a este impulso raíz al que llamamos Espíritu de Dios, y podemos sentir en él la fuerza de la unidad y la diferencia que suscitan juntas una creatividad amante donde todo tiene su lugar. Este es el impulso del Hijo que hace a todos hijos y a todo le da la identidad fraterna, que a todos y a todo llama hermanos, como hacía Francisco de Asís.
A los cristianos Dios nos ha enseñado a expresar este misterio con las palabras Padre, Hijo y Espíritu Santo, para que todos lo conozcan y así todo se llene de su alegría viviendo la unidad de su amor.  


Pintura: la comento en el siguiente post "Tu luz nos hace ver la luz". 

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