DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C (Eclo 3,17-20.28-29; Sal 67,4-11; Hb 12,18-19.22-24a; Lc 14,1.7-14)
Al principio del evangelio de hoy, como de refilón, aparece un tema especialmente importante. Jesús entra en escena en medio de un grupo social, los fariseos, y ellos -dice el texto “lo estaban espiando”. Es un poco extraño, porque es un invitado y no parece normal que a un invitado se le espíe. Por eso, me atrevo a ver aquí una actitud inconsciente que habita nuestra relación con Jesús.
Hemos de decir, aunque creamos lo contrario, que siempre que leemos el evangelio, Jesús aparece como un extraño, es decir, no sujeto a las convenciones, los prejuicios y los intereses que marcan la vida de los que le rodean. Y sentimos que tampoco a los nuestros. Jesús no suele coincidir sin más con lo que pensamos, con lo que sentimos, con lo que hacemos. Y esto es lo que hace que en un primer momento caiga siempre bajo la mirada de nuestro juicio. Así interpreto yo el verbo espiar en este texto, como mirar juzgando.
Jesús
se manifiesta extraño porque de su corazón nace una mirada que interpreta todo
con una naturalidad desarmante, con una lógica pura que no pretende nada más que
hacer que la vida se coloque según un designio (el Reino de Dios) que la haga
habitable para todos, aunque esto suponga que su posición parezca reducirle a
una aparente insignificancia a corto plazo, a no dominar la vida ni la mirada
de los demás. Nosotros hemos perdido esta lógica y, por eso, de continuo estamos
en tensión y en conflicto con lo que nos rodea y con los que nos rodean porque
necesitamos defender las posiciones que hemos creado para sentirnos dueños de
la realidad.
Pues
bien, el evangelio nos invita a que transformemos esta mirada sobre Jesús, esta
mirada que le observa con reticencia para ver si es aceptable su forma de ser y
para ver si es beneficiosa su propuesta para nuestros intereses, a veces
incluso religiosos. Esta mirada debe aprender a coincidir con la que imprime
Jesús sobre la realidad porque es en ella donde nuestros ojos se limpian y
donde el designio de vida de Dios para todos, su salvación, se despliega con
claridad ante nuestros ojos y empieza a vestir el mundo.
Sobre la imagen: En los ojos de este Cristo medieval, que parecen haberse salvado del deterioro que imprime el tiempo, veo reflejada la perseverancia y la fidelidad de Cristo en su amor por nosotros. Su vida parece perderse en este mundo estrecho, así lo refleja su cuerpo crucificado y la pintura que lo representa, pero ahí está su mirada siempre viva, abierta, acogedora, pacífica, entregada a una relación de vida sin prejuicios. Nadie queda fuera de esta mirada. Ahí está, esperándonos, invitándonos a dejarnos recrear por luz de vida que nos busca en estos ojos llenos de futuro.
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