DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C. (Num 21, 4b-9; Sal 77; Filp 2, 6-11; Jn 3, 13-17). Fiesta de la Exaltación de la santa Cruz
Seguramente no hay nadie que ocupe una posición más elevada en nuestra vida que aquellos que se han abajado para acompañarnos cuando estábamos solos, para recogernos cuando estábamos caídos, para alentarnos cuando nos sentíamos humillados por la vida, para perdonarnos cuando les habíamos herido. Sobre todo, si para hacerlo ha perdido oportunidades de ensanchar su vida, de vivir sin problemas, si han resultado heridos de alguna forma.
Desde esta perspectiva se entiende que nuestras iglesias estén llenas de cruces en alto. Esas cruces hablan de nuestra debilidad, de nuestras soledades, de nuestras heridas, de nuestras tristezas, de nuestras vergüenzas, de nuestros pecados, de todas esas cosas que humillan nuestra vida, que nos hacen sentir que somos barro, pero que han sido visitadas por Cristo para acompañarnos, aún a costa de terminar atrapado por todas ellas.
Al contemplarlas terminamos comprendiendo que Dios no pasa de largo ante nuestra súplica, ni se entretiene indiferente en los gozos de su gloria. Porque la altura de nuestro Dios se ha manifestado plenamente al vivir con nosotros en ese lugar donde la vida, tal y como es, nos hace “morder el polvo”. Y todo para rescatarnos sin más motivo que su amor por nosotros.
Mirar estas cruces que ponemos en
alto es entonces un bálsamo de esperanza si vemos en ellas algo más que su
belleza artística, que en nuestros tiempos parece ser lo que las hace
importantes. En ellas vemos, aunque hay que dar tiempo al corazón para que se
abra y despertar la fe que últimamente está bastante perezosa, que Dios mandó su Hijo a
nuestros infiernos y allí abrió las puertas de sus cielos para todos.
En esta pintura de Gisele Bauche titulada La pasión, dos mujeres envueltas en su tristeza, apesadumbradas, con el rostro hacia el suelo aparecen pegadas a la cruz de un Cristo que no tiene una posición distinta: la cabeza caída hacia abajo, pesadumbre. Todo aparece en un espacio sin referencias. Nadie aparece junto a estas dos mujeres que se han recogido a la sombra de la cruz, un lugar donde parecen encontrar descanso. El título así hace referencia a la pasión humana y, a la vez, a la pasión de Cristo que la comparte la nuestra creando así un espacio de descanso. Muchos hombres y mujeres humildes podrían contar lo que han recibido allí. Ellos son los que nos enseñan a mirar, porque la lógica de los fuertes, la de los satisfechos, solo ve en esta imagen decadencia y estupidez.
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