Festividad de la Inmaculada Concepción de María. Ciclo A. (Gn 3,9-15. 20; Sal 97,1-4; Ef 1,3-6.11-12; Lc 1,26-38)
Hay un lugar que no tiene espacio donde está viva y vivificante la semilla de la que nacemos, el germen de nuestra historia, la fuente de nuestros sueños y deseos, el impulso de esperanza que siempre nos acompaña. Un lugar donde somos únicos, pero no estamos solos. Un lugar desde el que quiere amanecer nuestra verdadera vida, siempre acechada por sombras opresivas. Un lugar inmaculado, santo, luminoso. Un lugar casi siempre olvidado, enterrado, ignorado, incluso despreciado cuando vivimos encerrados en la superficie de lo que somos, en los espacios de un mundo que solo es la expresión frágil de esa semilla de eternidad que nos constituye. Ese lugar solo se reconoce cuando escuchamos la palabra que lo sembró en medio de la nada para que fuera vida y vida en plenitud. Y, mientras no la escuchamos, buscamos y buscamos sin encontrar, perdidos en anhelos sin horizonte. Esa palabra es la que supo escuchar María y la que despertó la vida inmaculada para la que siempre la creo Dios, y que qui...