Festividad de la Inmaculada Concepción de María. Ciclo A. (Gn 3,9-15. 20; Sal 97,1-4; Ef 1,3-6.11-12; Lc 1,26-38)
Hay un lugar que no tiene espacio donde está viva y vivificante la semilla de la que nacemos, el germen de nuestra historia, la fuente de nuestros sueños y deseos, el impulso de esperanza que siempre nos acompaña. Un lugar donde somos únicos, pero no estamos solos. Un lugar desde el que quiere amanecer nuestra verdadera vida, siempre acechada por sombras opresivas. Un lugar inmaculado, santo, luminoso. Un lugar casi siempre olvidado, enterrado, ignorado, incluso despreciado cuando vivimos encerrados en la superficie de lo que somos, en los espacios de un mundo que solo es la expresión frágil de esa semilla de eternidad que nos constituye.
Ese lugar solo se reconoce cuando escuchamos la palabra que lo sembró en medio de la nada para que fuera vida y vida en plenitud. Y, mientras no la escuchamos, buscamos y buscamos sin encontrar, perdidos en anhelos sin horizonte. Esa palabra es la que supo escuchar María y la que despertó la vida inmaculada para la que siempre la creo Dios, y que quizá no sea más que ser habitada por dentro y por fuera por la vida de Cristo, y darla a luz con toda su carne y con toda su sangre y con todo su espíritu, y ser así “alabanza de su gloria”.
Y
hoy, cuando celebramos este don hecho tarea por María, ella, discreta como es,
nos invita a volver la mirada sobre nosotros mismos para que también escuchemos
esa palabra que nos llama desde siempre y se despierte el fondo puro,
inmaculado y santo que es la forma última de nuestro ser, la vida de Cristo que
espera realizarse en nosotros que vagamos por las sombras de la noche.
“Hágase
en mí según tu palabra”, podemos decir con ella.
En
esta pintura de Carly Hardy, titulada La vida es una danza, creo que se
expresa bien la libertad, la alegría, la plenitud a la que los cristianos
llamamos santidad, y que tantas veces hemos confundido con seriedad, orden y
austeridad. La santidad en su forma última es la participación de la vida de Dios.
Una vida exuberante, viva y vivificadora, atravesada de una claridad llena de
formas y colores que se encuentran de forma armónica, siempre en ascenso, de
brazos abiertos e intimidad cálida e inagotable. Quizá mientras se hornea en la
vida humana tiene forma de ascesis, recogimiento y compromiso, pero llega el
día en que toma vuelo y ya no hay sino vida y alegría sin fin.

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