Fiesta de la Sagrada Familia. Ciclo A. (Eclo 3,2-6.12-14; Sal 127,1-5; Col 3,12-21; Mt 2,13-15.19-23)

Es curiosa la mala fama que tiene Egipto en la Escritura, como si los momentos de tiranía y opresión lo ocuparan todo. Sin embargo, es la tierra que acoge a las tribus de Israel cuando están pasando hambre convirtiéndose para ellas en una especie de tierra prometida. A la vez, en el evangelio de hoy, aparece como una tierra de protección de Jesús y su familia contra la persecución de un tirano, un lugar de hospitalidad para los refugiados que huyen del poder violento. Esto quizá quiera decir que, incluso cuando nos mostramos miserables, no perdemos la posibilidad de volver a lo que realmente somos, tierra de vida unos para otros.
Es esto lo que se manifiesta habitualmente en la familia, que está llamada a ser tierra donde crecer acogidos, protegidos, alentados. Incluso si casi nunca es así del todo, esta es su misión y esto es lo que esperamos de ella, por eso nos enfadamos tanto cuando no se cumple en nuestra vida.
Pues bien, en el evangelio de hoy Egipto y José representan esta dimensión de lo humano que es la hospitalidad, una forma de ser que nos hace alcanzar nuestra mejor versión y a la que el texto de la carta a los Colosenses que leemos hoy nos invita: “Revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos”. Es así como nos hacemos familia de Dios y Dios se revela entre nosotros como verdadero padre de vida, como manifestará Jesús cuando vuelva de Egipto, de ser protegido, cuidado, alentado…
En lo pequeño y en lo grande, en la familia inmediata y en la familia humana (en la que todos participamos de iguales alegrías y esperanzas, iguales miedos y dolores, más allá de las fronteras y las razas, éxitos y fracasos) somos responsables de cuidar a Cristo que se nos presenta en la vida del que nos necesita, e igualmente somos llamados a agradecer los espacios que nos dan vida, espacios que reflejan al mismo Cristo que nos abraza para cuidarnos y alentarnos. 


Me gusta mucho esta imagen de la Sagrada Familia pintada por Kelly Latimore, aunque he de decir que me incomoda no menos. Me gusta porque la hace real, la saca del amaneramiento de las representaciones habituales donde el niño está desnudo y no tiene frio, donde el peso de parir en un establo o en una cueva no deja señales de cansancio, de sufrimiento, donde José vive sin inquietud ni incertidumbre, donde los pastores son pastorcitos en vez de hombres rudos. Me incomoda porque me hace mirar el nacimiento de Jesús a las afueras de la vida burguesa con la que habitualmente lo celebro y a preguntarme si todos los villancicos que dicen que vamos a Belén no son mentiras encubiertas. Hoy, esta sagrada familia de refugiados nos recuerda que la Sagrada Familia sigue sin encontrar posada cuando la necesita.




Comentarios

  1. Nunca he entendido un niño limpio y maravilloso, sin marca de dolor. Un niño desnudo, y La Virgen y San José, bién vestidos y un manto con que taparse . Unos padres se desnudan antes de que su hijo esté desnudo.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

TRAS LA MUERTE DE JAVIER. Compañero de presbiterio.

DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C (Gn 18, 1-10a; Sal 14, 2-5 ; Col 1,24-28; Lc 10, 38-42)

DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C (Jer 38,4-6.8-10; Sal 39; Hb 12,1-4; Lc 12