¿Y si la María de este evangelio no solo fuera la mujer sencilla de Nazaret, que es causa de dudas y de deseos de repudio por parte de José, que seguramente tantas expectativas tenía de su matrimonio, sino que fuera igualmente la Iglesia, pues siempre y en alguna medida, María fue la Iglesia? Si fuera así, también nosotros como José habríamos experimentados sus mismos sentimientos, el impulso de repudiarla, de abandonarla, al verla envuelta en tantas cosas que nos disgustan (aunque haya que decir que la María original no estaba envuelta por el velo repulsivo del pecado). ¿Y si igualmente aquella María también reflejara lo que sentimos frente a la humanidad que, antes o después, nos enerva con sus límites, con sus miserias, con sus traiciones, hasta hacernos perder la esperanza en ella?
No es muy difícil conectar las tres escenas, por más que confesemos a María como inmaculada, porque en ella, lo mismo que en la iglesia y lo mismo que en la humanidad el Hijo de Dios se quiere dar a luz. Si se puede decir esto, José se convierte en guía de la mirada de nuestro corazón, que apesadumbrado en un principio acoge la vida que llega cuidando a quien la porta, aunque no le guste la situación. ¿No es esta la forma de recibir no solo la Navidad histórica donde Dios selló un pacto eterno con nosotros, sino la Navidad eclesial de cada día y la que esperamos se dé a luz en la humanidad entera?
¿No
es así como Dios nos invita a acoger su amor que se nos entrega, una y otra vez,
por más le defraudemos? ¿Y no es la encarnación siempre un parto entre
tinieblas por más que lo vistamos de espumillón?
Tenemos
unos días para prepararnos y mirar a María, a la Iglesia y a la humanidad
preñadas de Dios mismo y decidir que la celebración de la Navidad sea un
impulso para acrecentar nuestra fe no solo en Dios, sino, de su mano, en
nosotros mismos, en la Iglesia y en la humanidad. ¡Qué falta nos hace
empaparnos de este sentimiento de fe que Dios le pide a José y que él vive
cuando mira a la humanidad y expresa de manera sobreabundante en su
encarnación!

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