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DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C (Sab 9,13-19; Sal 89, 3-6.12-13.14.17; Flm 9b-10.12-17; Lc 14,25-33)

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La cercanía de Dios, su presencia entre nosotros como discreto compañero de camino, su humilde aceptación de nuestra libertad e incluso de nuestro rechazo, creo que ha terminado por confundirnos. La razón es que nos hemos quedado con su cercanía y hemos olvidado su divinidad. Porque, aunque le hablemos con las mismas palabras que utilizamos para dialogar entre nosotros, no estamos al mismo nivel. Él es Dios, el misterio inefable que nos ha creado y que existe sin la estrechez del tiempo y del espacio, el horizonte infinito donde nuestra vida puede abrirse a una plenitud que no nos podemos dar a nosotros mismos, el amor sin medida que nos sostiene sin tener la obligación o la necesidad de hacerlo. Digo esto recordando a una madre que, comentando el evangelio de hoy, me dijo un día que entre Dios y su hijo, elegía a su hijo, y punto. Sin darse cuenta tomaba a Dios como a una persona más de su vida que competía con sus demás amores, y no como el origen de su fecundidad materna, el creador...

Mi último libro

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Os presento mi último libro. Aparecerá en estos primeros días de septiembre en las librerías.   Os invito a echar una ojeada al prólogo clicando aquí y, si os atrae, a comprarlo y entregaros a su lectura:    Los datos editoriales del libro puedes verlos aquí .   

DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C (Eclo 3,17-20.28-29; Sal 67,4-11; Hb 12,18-19.22-24a; Lc 14,1.7-14)

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Al principio del evangelio de hoy, como de refilón, aparece un tema especialmente importante. Jesús entra en escena en medio de un grupo social, los fariseos, y ellos -dice el texto “lo estaban espiando”. Es un poco extraño, porque es un invitado y no parece normal que a un invitado se le espíe. Por eso, me atrevo a ver aquí una actitud inconsciente que habita nuestra relación con Jesús. Hemos de decir, aunque creamos lo contrario, que siempre que leemos el evangelio, Jesús aparece como un extraño, es decir, no sujeto a las convenciones, los prejuicios y los intereses que marcan la vida de los que le rodean. Y sentimos que tampoco a los nuestros. Jesús no suele coincidir sin más con lo que pensamos, con lo que sentimos, con lo que hacemos. Y esto es lo que hace que en un primer momento caiga siempre bajo la mirada de nuestro juicio. Así interpreto yo el verbo espiar en este texto, como mirar juzgando. Jesús se manifiesta extraño porque de su corazón nace una mirada que interpreta todo ...

DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C (Is 66,18-21; Sal 116,1-2; Hb 12,5-7.11-13; Lc 13,22-30)

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Hay preguntas a las que Jesús se niega a contestar, porque la pregunta en sí misma es una trampa. La que le hacen hoy es una forma de vivir en el espacio de las ideologías olvidando el mundo real que hemos de vivir evangélicamente. ¿Quién podrá salvarse? La pregunta está mal hecha, pues lo que importa no es saber quién se va a salvar, sino reconocer el camino de la salvación. La pregunta, seguramente, se la hace un justo a Jesús y revela que da por supuesto que él ya está salvado, y se regodea en reflexiones inútiles y autocomplacientes sobre si los otros se salvarán. Pero ¿no es la salvación una oferta siempre abierta por parte de Dios? ¿Por qué cerrar las puertas antes de tiempo fijando números? La cuestión de verdad es: ¿Cómo podremos salvarnos si apenas sabemos vivir juntos? Cuando utilizamos este tipo de preguntas o argumentaciones olvidamos que nuestra vida es un camino que siempre tiene oportunidades de dar más de sí y que, por eso, que aún no está cumplido. ¿Cómo que si se salv...

DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C (Jer 38,4-6.8-10; Sal 39; Hb 12,1-4; Lc 12

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“Creéis que he venido a traer paz al mundo? Pues no. He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!”, dice Jesús en el evangelio de hoy. ¿Quién de nosotros, los creyentes, no ha experimentado, cuanto más se acerca a Dios, que la paz que buscamos en él se mezcla con un temor difuso? No se trata de miedo al castigo por ser unos pecadores, porque cuanto más nos acercamos a él más lejos estamos de esas ideas primarias de un Dios iracundo y arbitrario. No, se trata de la conciencia de que Dios para habitarnos, para llenarnos de su paz, tiene que destruir todo lo que en nosotros no coincide con su amor, todo lo que son apaños para buscarnos la vida, apaños muchas veces tramposos y miserables. Por eso, la mayor parte de nosotros, los creyentes, vive en ese lugar intermedio donde reina la mediocridad. Y, por eso, cuanto más se acerca Dios a nuestras vidas más sentimos que todo se descompone. Esto sucede cuando se nos predica un amor como el suyo, cuando se nos pre...