Corpus Christi. El niño caprichoso
Llevaba dos semanas dando vueltas a un
sueño que no le dejaba dormir tranquilo y que no sabía cómo interpretar. Veía
una gran habitación y en ella a un niño rodeado de todos los juguetes que uno
se pudiera imaginar y con la estantería repleta de libros infantiles y las
cajas de los videojuegos del momento. Sin embargo, no hacía más que dar vueltas
como un pájaro que se ha colado en un cuarto y no encuentra la salida que
necesita. Cada poco iba hasta la pierna de su madre a decirle: «mama, me
aburro»; y escuchaba siempre la respuesta que él mismo había oído a tantos
padres: «No ves que estoy trabajando, no ves que estoy hablando con una persona
mayor… vete a jugar a tu habitación».
Cada noche volvía el niño a visitarle.
Una de las últimas veces lo había visto paseando de la mano de sus padres muy
arreglado: el pantalón y la camisa Levis Kids, una cazadora Tizzas y unos
náuticos Camper. De vez en cuando el niño tiraba del brazo de su padre
intentando escaparse de su mano e ir a jugar con los otros niños entre el barro
y las peleas, entre las carreras y los gritos, pero no había forma, el padre no
lo soltaba. Iban a sentarse en el velador de siempre a tomar la misma bebida de
siempre. Él sabía que le pedirían un Nestea
y que aparecerían los conocidos de sus padres comentando la suerte que tenían
de tener un niño tan guapo y tan formal, mientras le pellizcaban cariñosamente
la mejilla. Pero él en sus adentros repetía una frase que resonaba
machaconamente en la mente de Saúl, el párroco de Fuentesblancas, que no dejaba
de soñar con lo mismo desde hacía dos semanas: «me aburro».
Y no sabía si era el eco oculto de un
deseo de familia que no le correspondía, o su malestar con la gente bien, que
reprimía tantas veces sabiendo que no era quién para juzgarles. El caso es que
el niño seguía presente en sus sueños e incluso por momentos creyó conocerlo.
Pero no podía entretenerse mucho en estas cuestiones porque tenía que
concentrar toda su atención en preparar la procesión del Corpus, que tan bonita hacían en Fuentesblancas.
Y así terminó por olvidarse del sueño.
Pero cuando llegó el día del Corpus y se disponía a poner la hostia en la
custodia para iniciar la procesión; al tiempo en que la gente entonaba el Pange lingua, de repente oyó con
claridad: «Me aburro, Saúl, ¿por qué me vistes con tu ropa? No ves que soy el hijo de
David. Déjame salir desnudo a jugar y a pelearme. Y ven a mancharte
conmigo».
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