I DOMINGO DE ADVIENTO. CICLO C (Jer 33,14-16; Sal 24; 1Tes 3,12–4,2; Lc 21,25-28.34-36)

LUCÍA. UNA HISTORIA DE ADVIENTO (1)

Lucía había comprado una vela grande para encenderla mientras rezaba aquel Adviento. Y al caer la tarde del sábado, sola en casa, la encendió, se sentó en un cojín en el suelo y se dispuso a leer el evangelio de aquel primer domingo.

Y sucedió que mientras leía aquel texto antiguo que ya casi no creían ni los que lo predicaban, las palabras empezaron a recolocarse y cobrar una nueva vida.

“Mirad -escuchó de boca de Jesús-, mirad los signos en los techos de las calles, las luces, las estrellas que no dejan ver el cielo.

 Mirad las gentes correr, enloquecidas por el estruendo de las redes encrespadas que inundan, que anegan los corazones.

Mirad cómo corren sin aliento ocultando el miedo a contemplar que todo pasa, intentando agarrar el tiempo a golpe de emoción.

Mirad y despertad del sueño, separaros de la luz.

Sabed que ha empezado el fin del mundo, que ha empezado la caída en el abismo de la nada y por eso la nada se viste de todo intentando sostenerse y engañar al tiempo”.

De golpe Lucía creyó comprender, se levantó y apagó la vela, y así, a oscuras, empezó a buscar la luz, empezó a llamar a Dios: “Ven Señor Jesús, que tu Luz nos haga ver la Luz”.


Pintura: George Condo, Compression IV.

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