XXXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. Fiesta de Cristo Rey. CICLO B (Dn 7, 13-14; Sal 92, 1-5; Apoc 1, 5-8; Jn 18, 33b-37)

Pese a la impresión que pueda dar la fiesta litúrgica de Cristo Rey, siempre la celebramos en el contexto del principado de Satán sobre el mundo. El mismo evangelio orienta la mirada ya que Jesús aparece juzgado (y luego condenado) por el representante de este poder al que importa poco la verdad y sí lo que favorece sus intereses.

Jesús, en este contexto, se manifiesta como poder sobre sí mismo, como poder de libertad para desarrollar en él la imagen de Dios que le define, como fuerza de verdad y amor que no se deja intimidar, comprar o manipular por nada ni por nadie, como presencia de vida dada incluso bajo la amenaza de la muerte. Por eso en el libro del Apocalípsis se le llama “testigo fiel”, antes de pedir para él “la gloria y el poder por los siglos de los siglos”. Y esto es lo que reafirmará Dios con su resurrección mostrando que él es la forma verdadera de la humanidad, el destino último de la creación.

También hoy, como en todos los tiempos, estamos sometidos al dominio del espíritu del mal y es fácil desesperar viendo su fuerza no solo fuera de nosotros, en las estructuras económicas, políticas o sociales, sino en nuestro interior, en el ensimismamiento que nos domina, en la envidia y la codicia que determina nuestra voluntad, en la mirada turbia sobre los otros y en nuestros resentimientos escondidos, en el miedo a que todo no valga nada…

Es en esta situación concreta, nada ideal, donde somos invitados a entrar en el Reino de Cristo, donde somos acogidos para iniciar un camino en el que la luz de la misericordia divina nos arranque de nuestras tinieblas y de las tinieblas del mundo, y en el que como pequeñas luciérnagas en la noche anunciemos la gloria con que Cristo fue vestido y revestirá a los suyos.

Comentarios

Entradas populares de este blog

LA CELDA. Jornada pro orantibus - 2023

Los ángeles de la noche (cuento de Navidad)