DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C (Is 66,18-21; Sal 116,1-2; Hb 12,5-7.11-13; Lc 13,22-30)

Quizá podríamos comparar nuestra historia a un bote en el que se han agitado el agua y el acetite de tal manera que por momentos parece que son capaces de estar juntos, incluso de convivir en simbiosis. Sin embargo, sabemos que después de un tiempo vuelven a lo que son sin mezcla. Y es que algunas sustancias no pueden estar juntas sin dejar de ser lo que son. Esto pasa con el bien y el mal, la santidad de Dios y el pecado. Si en la historia están mezcladas y nunca somos capaces de separarlas del todo (y mejor no intentarlo, es bueno recordar la parábola de la cizaña), al final solo la vida verdadera, la que coincide con Dios y con su ser amor, se sostendrá pura. Creo que esto es lo que viene a decir el evangelio de hoy.

En este contexto, el Señor advierte: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”. Con estas palabras nos dice, en primer lugar, que estamos en camino. Nunca está decidido el final mientras caminamos entre luces y sombras, impulsados por el bien y parasitados por el mal. No hace ascos el Señor a esta situación nuestra que nunca alcanza a vivir del todo del lado de la vida, del lado de la belleza, del lado de la justicia. Esto debería apaciguar nuestros miedos a la imperfección que tanto daño nos hacen, no en último lugar separándonos de Dios por miedo a su juicio.

Pero, en segundo lugar, el Señor nos pide esfuerzo para caminar en verdad, sin engaños ni ambigüedades (a Dios no se le engaña poniéndole una vela cuando tenemos otra encendida al diablo); nos pide caminar eligiendo, como recuerda Pablo a los filipenses, “todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito”. Y si en medio del camino y engañados por el mal, nos vemos atrapados por el pecado y la muerte, basta volverse al Señor y decirle humildemente: “Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo”. Y él nos abrirá de nuevo la senda de la vida.


Ilustración de Rafael Ricoy.

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