Los guardianes de la vida

La literatura es una de las formas más sutiles, respetuosa y pacientes, a la vez que incisivas y provocadores de explicitar la verdad de las cosas. Más que aleccionar, dejan ver situaciones, preocupaciones, miedos; amplían preguntas silenciosas, retenidas, silenciadas. Así se convierten en una especie de memoria de una vida que no está dispuesta a ser degradada, en una especie espacio protegido para que las palabras y las formas mediocres, interesadas y vulgares de pronunciar la vida no lo sean todo.

Esta es la función del señor Juan, el guarda del pinar, en uno de los últimos cuentos de Jiménez Lozano, La querencia de los buhos, cuando dice que estos animales tienen “una fidelidad a las Iglesias como un perro a su amo; porque se decía que se bebían el aceite de la lámpara del Santísimo Sacramento, pero no debía de ser así, porque el caso era que se quedaban en las iglesias cuando ya no había que encender ninguna lámpara de presencia o ausencia, y la gente ya no iba ni atendía el edificio, y lloviese o hiciera frío o calor”.

Así, hablando de los búhos, el señor Juan nos invita a mirar a esas personas que saben conservar la vida que da vida, más allá de si está enterrada en ruinas. 


Texto: José Jiménez Lozano, La querencia de los búhos, Encuentro 2019, 9.

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