SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR (Is 9, 1-9; Sal 95, 1-13; Tit 2, 11-14; Lc 2, 1-14)

“Satanás se puso en contra de Israel e incitó a David para hacer un censo en Israel. Entonces David ordenó a Joab y a los jefes del ejército: Haced un censo de Israel e informadme del resultado” (1Cro 21,1-2). Esta historia antigua se repite a lo largo de los siglos. El hombre intentando controlar el mundo, dominarlo sometiendo a sus gentes a políticas opresivas. Esta es la situación: todos haciendo cálculos para tener y dominar. Y como no podemos ganar todos, todos amenazados por la pobreza y la humillación, y muchos ya bajo esta losa de muerte.

“Y sucedió que, mientras estaban allí, -dice el evangelio- le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz”.

Allí, bajo este sistema de dominio y posesión que arruinó y sigue arruinando el paraíso. Allí, en el subsuelo de la vida donde esta solicita de continuo a los habitantes del mundo carta blanca para moverse a sus anchas, para ser lo que deseó Dios cuando la engendró con su sabiduría, para moverse por el mundo como por un jardín creado para que todos disfruten, un jardín que todos cuiden y en el que todos ofrezcan su parcela para la vida de todos.

Allí dio a luz la vida, la vida misma de Dios. Que ya era tiempo, que ya era hora de que Dios dibujara en el mundo su forma verdadera, la que todos anhelamos y nadie se atreve a vivir, aunque estamos hechos para ella. Y allí se hizo la luz, en medio de las tinieblas de la noche que había caído sobre los corazones nos envolvió una claridad que asustaba, porque llamaba a salir de la noche y vivir la vida a la luz del día, con confianza y sin deseos oscuros.

Allí quedó destronado el príncipe de este mundo, Satanás, y nació el príncipe de la paz, el fruto del amor divino que no se guarda nada, que no vive del dominio y la posesión, sino solo de la confianza, el don y la libertad.

Y allí, donde todos estábamos encerrados en el censo de la muerte, se abrió el camino de la vida.


Pintura de Salvador Dalí, María y el Niño

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