DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO A (Is 8,23b-9,3; Sal 26,1.4.13-14; 1Cor 1, 10-13.17; Mt 4,12-23)

Jesús comienza su ministerio diciendo: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos». Y aquí se concentra todo.

El reino de Dios que Jesús anuncia es el reinado de Dios, el ejercicio supremo de su poder que eliminará todo lo que se oponga a que su designio de vida se instale en el mundo. Pero esta vez no será como en Egipto, cuando Israel creyó ver a Dios violentando a los egipcios para salvarles de la opresión. Un Dios que parecía utilizar el mismo poder de violencia que el hombre. No, ahora comienza una etapa nueva. Dios no se dejará identificar por las formas de los hombres. Se presentará como el Dios conocido de la justicia y, a la vez, como un Dios desconocido que renuncia al poder de la fuerza para imponerse. Por eso, al lado del anuncio de la llegada del Reinado de Dios aparece la llamada a la conversión. 

Esta conversión supone aceptar que Dios no es como nosotros en la utilización de su fuerza. Porque su fuerza es solo la fuerza de la vida que no se deja contaminar por el poder de autoafirmación sobre los demás creando muerte, la fuerza resistente del servicio y de la compasión frente a los que lo rechazan o lo han olvidado para vencerlos a fuerza de bien, la fuerza perseverante del amor hasta más allá del límite de la muerte.

Y el hombre no sabe lo que es esto porque nunca lo ha visto. Convertirse es entonces aceptar a Cristo cuando aún no se le conoce del todo, como hacen los primeros discípulos del evangelio de hoy. Es decir, aceptarlo sin reducirlo a nuestros esquemas preconcebidos, sin hacer de él un fetiche protector para nuestras vidas ensimismadas; hacer de él un maestro de vida incluso cuando debamos provocarnos una herida por la que salga el veneno que llevamos dentro.

Esto es la conversión, abrir los ojos a la vida de Jesús donde Dios se dice de verdad y creer en él más aún que en nosotros mismos. Si no hacemos esto, nunca comprenderemos el evangelio..


Pintura de Laura James.

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