LA FE Y LA RAZÓN

El día sucede a la noche, una estación a otra, la vida está organizada por leyes que protegen su orden a la vez suscitan novedad. Así sucede en el macrocosmos y en el microcosmos. “Dios no juega a los dados”, decía Einstein, cuando crea el mundo. Nada es arbitrario, aunque todo posea su pequeño espacio de posibilidades inesperadas. Este orden interno hace que el mundo fluya al margen de la intencionalidad, como por sí mismo; por eso parece que Dios no es necesario; y por eso el hombre puede conocer las cosas y los procesos, y utilizar sus leyes en beneficio propio.

Esta es la razón por la que puede haber ciencia, porque existe orden y racionalidad en el mundo; y esta racionalidad, pensamos nosotros, refleja la misma razón de Dios que no es caótica ni arbitraria, sino que además de amor posee razones.

El recién fallecido Benedicto XVI se empeñaba con énfasis en hacer notar que la razón era un componente de la fe, que cuando la fe se deja solo en manos de las pasiones (o devociones) se empequeñece y termina por deformar a Dios.

Y debiéramos volver sobre ello, porque la razón humana es un reflejo de la divina por más que, como pasa con la pasión, pueda ser deformada y convertirse no solo en caótica, sino en diabólica. Y por eso, la búsqueda de la verdad, el pensar bien para amar bien, es un deber de todo cristiano y de todo ser humano.


Pintura: Joan Miró, El oro del azur.

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