UN LIBRO, UNA PUERTA

Hay libros que están escritos para que nos reconozcamos. De ellos no se sale indemne a no ser que leamos con la indiferencia de quien se ha acostumbrado a mira el mundo y a sí mismo como espectador.

Stefan Zweig, describiendo la obra de Dostoievski y a él mismo cuya carne ha quedado impresa en su obra, dice: “Cuando más nos sumergimos en él, más profundos nos sentimos nosotros. Solo cuando nos acercamos a nuestro verdadero ser, el ser humano universal, estamos cerca de él […] y este camino hacia su obra pasa por todos los purgatorios de la pasión, el infierno de los vicios, por todos los grados de tormento terrenal: el tormento del hombre, el tormento de la humanidad, el del artista y el último, el más terrible, el tormento de Dios”.

Siento que esta descripción de la escritura de Dostoievski y del compromiso de su lector es una magnífica recomendación para aprender a leer la Sagrada Escritura donde la imagen de Dios y la del hombre tienden a coincidir atravesando los abismos de la carne.


Texto tomado de Stefan Zweig, Tres maestros (Balzac, Dickens, Dostoievski), Acantilado 2004, 93.96-97.

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