DOMINGO XVIII. CICLO A. FIESTA DE LA TRANSFIGURACIÓN (Dn 7, 9-10. 13-14; Sal 96; 2Pe 1, 16-19; Mt 17,1-9)

Steve Wonder comienza una de sus canciones más conocidas diciendo: You are the Sunshine of my Life, “Eres el sol de mi vida”, y sigue: “si sintiera que nuestro amor ha terminado me ahogaría en mis propias lágrimas”. Algo de esto nos dice hoy el evangelio. Algunos de los discípulos de Jesús han alcanzado a comprender que en Cristo la presencia luminosa con la que Dios quiso acercarse a nuestras vidas (“Qué haya luz”, fueron sus primeras palabras) se cumple, y que en su compañía las tinieblas quedan vencidas, no tienen lugar donde esconderse, donde existir.

El evangelio de hoy habla entonces de nuestra esperanza en Jesús, en el que la vida se hace luminosa, plena, y donde las tinieblas son vencidas, por más que le hayan envuelto con sus mentiras, odios y maledicencias. Su presencia enjuga toda lágrima; y junto a él ya no hay más muerte, ni más llanto, ni dolor. 

Pero si creemos esto y podemos decirle: “Tu luz nos hace ver la luz”, lo hacemos sabiendo que en él vemos el futuro y no siempre el presente, donde las tinieblas aún mantienen sus demonios en nuestro corazón. Así pues, ya que Cristo nos ha subido al monte de la fe para reconocerle, a nosotros nos toda mantener el coraje de creer y amar como él en medio de un mundo donde la realidad y nuestras vidas están aún vestidas de no poca oscuridad.


Pintura de Lewis Bowman, Transfiguración

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