DOMINGO XXIII. CICLO A (Ez 33,7-9; Sal 94,1-9; Rom 13,8-10; Mt 18,15-20)

No es fácil acoger el evangelio de hoy en esta Iglesia nuestra que todavía lleva en el corazón de su espiritualidad un sello marcadamente individualista. Cada uno por su calle, como los atletas de carreras cortas. Sin embargo, Jesús sabe que la carrera de nuestra fe es larga y a menudo difícil y que, por eso, necesitamos sostenernos y enseñarnos unos a otros. Como dice el conocido proverbio africano: “Si quieres ir rápido camina solo, si quieres llegar lejos ve acompañado”. Por otro lado, el Concilio nos recuerda que “fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo” (LG 9).

Esta forma de caminar juntos es mucho más rica, pero requiere determinados valores. La paciencia para no dejar atrás a los que nos parecen lentos, pobres y pecadores; la gratitud para reconocer que nuestras cualidades y nuestros logros se asientan en el trabajo previo y recibido de los demás; y la humildad para saber que necesitamos la palabra, el ejemplo y la corrección de los otros porque no lo sabemos todo, de hecho, nos confundimos y, fácilmente nos obcecamos atados a nuestros intereses. Por eso la invitación a la corrección del evangelio de hoy.

Por otra parte, si este evangelio termina invitándonos a confiar en que si pedimos juntos algo nos será concedido, hemos de pensar no tanto en peticiones individuales, sino sobre todo en las peticiones que recitamos como hermanos cuando rezamos juntos el Padrenuestro. Esta oración es como nuestra cuerda de escalada que nos mantiene unidos y nos asegura la llegada a la cima.  


Pintura de Gaëtan de Seguin, Juntos

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