DOMINGO XXXI. CICLO A. (Mal 1,14b-2,2b.8-10; Sal 130, 1-3;1Tes 2, 7b-9.13; Mt 23, 1-12)
Esta mirada nos devuelve a la elección primera: no te elegí para que fueras un hombre-orquesta, ¿por qué quieres hacerlo todo, por qué no confías en los demás?; no te elegí para que fueras un maestro, ¿por qué quieres tener siempre razón?; te elegí para vivir mi evangelio, ¿por qué lo cargas insensiblemente sobre los demás poniéndolos contra las cuerdas con tu palabra, acaso lo vives tú?, te elegí para que fueras siervo conmigo, ¿por qué todos tienen que preparar las cosas para que el que estés a gusto seas tú?
El evangelio de hoy nos avergüenza a los curas (o debería hacerlo) y nos indica que a todo el pueblo cristiano se le ha dado la sensibilidad espiritual de Cristo (como nos recuerda de continuo el papa Francisco), y que cuando nos separamos de él para ‘dirigirlo’ siempre estamos amenazados por una vida de gerentes no evangélicos, una tentación que, desgraciadamente, es ya un pecado casi estructural en nuestra vida.
Así pues, lo que quizá tengamos que decir hoy los curas a todos es: Seguid solo a Cristo, y orad por nosotros que apenas acertamos a ser lo que nos pide y no nos damos cuenta del sufrimiento que esto os causa.
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