DOMINGO XXXII. CICLO A. (Sab 6, 12-16; Sal 62, 2-8;1Tes 4, 13-18; Mt 25, 1-13)

¡Cuántas oportunidades perdidas! Irrecuperables, incluso si no son definitivas en sus consecuencias. Jesús, en el evangelio de hoy nos invita a mirar las puertas que cerramos a su presencia y a la alegría, el consuelo y la vitalidad que trae consigo.

Oímos en la parábola: “se cerró la puerta”, y nos imaginamos enseguida un castigo, pero sabemos por experiencia que esa puerta está cerrada por fuera, que es el signo de que no podemos participar de lo que no hemos elegido con decisión. 

Hoy se nos invita a percibir la alegría que trae consigo Cristo: “¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!”. Venid, danzad y cantad mientras lo acompañáis. Son las amigas de la novia las que lo reciben y acompañan para participar alegres en la boda de Cristo y la humanidad. Y nosotros, si somos amigos de la humanidad, de la nuestra y de la de todos, y no solo amigos de nuestro pequeño mundo de obsesiones, quizá debamos preguntarnos si vamos preparando esa alegría plena que se nos da y podemos dar en pequeñas dosis en la vida cotidiana, ese consuelo que se nos da y que podemos dar a cada paso, esa fuerza de vida que recibimos y podemos compartir en las horas de nuestros días. En estos gestos celebramos las bodas del Cordero, pues, en ellos, el Espíritu de Cristo va dando a luz la vida verdadera y su alegría.

A cada momento se nos ofrecen oportunidades para recibir y acompañar a Cristo y celebrar la vida nueva que trae. A pesar de todo. ¡A pesar de todo!, repite la pequeña esperanza que llevamos dentro y que no deja que nos durmamos del todo.


Pintura de Henri Matisse, La danza


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