DOMINGO XXXIII. CICLO A. (Prov 31, 10-13.19-20.30-31; Sal 127, 1-5;1Tes 5, 1-6; Mt 25, 14-30)

Hay una manera de escuchar la parábola de los talentos que no nos deja recibirla como buena noticia. Es olvidar que lo que el Señor da a cada uno es para que entremos en el gozo de su propia vida.

A veces, parecemos comprender el don recibido como moneda de un negocio que tenemos que realizar: aprovechar bien los talentos para que después nos paguen con algo distinto. Sin embargo, cuando Jesús repite en la parábola por dos veces “entra en el gozo de tu señor”, al ver lo que ha dado de sí la vida de los dos primeros siervos, indica que estos ya saben lo que es esa vida de gozo. El gozo es la alegría de ver crecer la vida al mismo tiempo que se da, como le pasa a Dios cuando ve la exuberancia de la creación y la respuesta justa de los hombres que la hacen más grande, más habitable, nueva a cada paso con su creatividad. Ese es su gozo, este es el gozo del Señor: dar y ver crecer el don alegrando todo a su paso; y en este gozo se nos invita a participar.

Otras veces, parecemos atascarnos en la forma de expresarse de Jesús cuando al final parece decir que Dios va a abandonar a su suerte a los que apenas traen algo. Sabemos, sin embargo, que esto no era así en la vida de Jesús. La misma amenaza parece no ser sino un golpe para que despertemos de una vida que se pierde en el miedo a ser vivida y dada como lo hace el Señor, con confianza y generosidad.

Así pues, somos invitados a entrar en el gozo del Señor, a participar en la siembra generosa y creativa de su ser en el mundo y alegrarnos en ella.


Foto de santa Teresa de Calcuta

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