DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA (Eclo 3,2-6.12-14; Sal 127,1-5; Col 3,12-21; Lc 2,22-40)

¿Por qué nos defendemos de Dios? ¿Por qué de continuo lo sacamos de los negocios de nuestra vida? En nuestros tiempos, por ejemplo, aunque quizá fue siempre así, muchos padres siguen llevando a sus hijos a la catequesis, pero reducen su implicación a los mínimos, como si fuera una obligación que hay que pasar sin dejar que ni los niños ni ellos se impregnen demasiado de Dios mismo. Una especie de consagración a precio de dos tórtolas, diría siguiendo el evangelio.

Y es que Dios asusta, siempre ha asustado, también a María, también a José. A lo largo de los siglos identificado con la violencia de un tirano arbitrario que podría coger en propiedad lo que quisiera y llevárselo (¿no se nos cuela todavía esta idea cuando sufrimos una desgracia?); en estos tiempos finales, los de Cristo, identificado con un amor que invita a amar siempre y del todo y, por tanto, también a sufrir por amor (si leemos bien el comienzo de la segunda lectura nos daremos cuenta de que no se puede cumplir sin sufrir).

Entonces, ¿nos conformaremos con ofrecerle un par de tórtolas o tomaremos a este niño-palabra de Dios en brazos y diremos como Simeón y Ana: ¡Era a ti a quien esperábamos para conocer la verdad de Dios y el sentido de nuestra vida!, ¡era a ti a quien esperábamos para saber que estamos en buenas manos!, ¡era a ti a quien esperábamos para que los sufrimientos de la vida, engarzados en el amor, tuvieran algún sentido! No te daré más palomas: “Hágase tu voluntad!, aunque una espada tenga que atravesar mi alma.


Pintura de Caitlin Connolly, Sin título. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

LA CELDA. Jornada pro orantibus - 2023

Los ángeles de la noche (cuento de Navidad)