I DOMINGO DE ADVIENTO - CICLO B (Is 63,16b-17.19b;64,2b-7; Sal 79,2acy3b.15-16.18-19; 1Cor 1,3-9; Mc 13, 33-37)

“¡Estad atentos, Vigilad!” ¿Para qué? Muchos fantasmas han despertado estas palabras de Jesús a lo largo de la historia de la predicación. Los fantasmas de un Dios demasiado parecido a nosotros que nos busca las vueltas como nosotros se las buscamos a los demás cuando “vamos a pillar”. Pero ya nadie se asusta de este dios juez de castigos posibles. Y, sin embargo, en el corazón del hombre sigue presente el miedo a perder la vida, a que no valga para nada, a haberla perdido sin valor. Por eso el querer exprimirla a lo loco, sin que esto, por otra parte, nos consuele.

Entonces, vigilad, ¿qué? Quizá lo que tenemos entre manos, lo que ha dejado el Señor antes de irse, aquello en lo que le podemos encontrar pues tiene su sello, aquello que ha querido que construyamos para que al venir pueda darle el toque de gloria que todo espera.

Quizá podamos escuchar a comienzo de este adviento que el Señor está en lo que nos dejó y allí mismo nos espera para que le descubramos como promesa de vida futura, y confiemos. Esto es lo que parece decirles san Pablo a los corintios: “En Cristo habéis sido enriquecidos, de modo que no carecéis de dones gratuitos”. Si los hiciéramos despertar, si nos entregáramos a ellos con confianza y generosidad, con la naturalidad de quien trata con cuidado y afecto lo que trae entre manos, quizá Cristo se manifestara, se diera a luz en nosotros y lo sería todo en todos para nuestra alegría. Y quizá ese sea el camino del adviento de la vida que este nuevo adviento nos recuerda.


Pintura de Caitlin Connolly

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