II DOMINGO DE ADVIENTO (Is 40,1-11; Sal 84; 2Ped 3, 8-14; Mc 1, 1-8)

Parecería difícil, pero es real: no es extraño que muchos se ahoguen en el bautismo de Juan, que muchos se ahoguen en sus palabras y en sus gestos; que muchos entren en las aguas de su bautismo y no salgan ya de ellas.

La voz de Juan invita a recogerse alrededor de Dios, a escuchar sus palabras y a realizar algunos gestos. Todo para prepararse para el verdadero encuentro, el encuentro con EL QUE VIENE. Esta voz de Juan la escuchamos, de una u otra manera, en las palabras de aquellos que nos traen hasta el umbral del encuentro. Estos gestos de Juan los encontramos en diversas acciones religiosas que nos sitúan en la frontera por donde llega. Sin embargo, ni las palabras, ni los gestos son en sí mismo el encuentro con EL QUE VIENE. Juan lo dice bien claro: “Preparad los caminos al SEÑOR. Yo no soy… Solo él bautiza con el Espíritu”.

Así pues, no basta estar en grupos ni seguir a una persona santa, no basta leer la Escritura o celebrar los sacramentos, no basta cantar villancicos o poner belenes, no basta cambiar los ritmos de la liturgia ni ser un poco más generosos. No basta. Todo esto nos deja en el umbral del que llega, en el umbral del encuentro con el que puede salvarnos.

En este umbral se requiere un salto al vacío, en la noche y sin saber quizá el camino que está por delante, como nos mostrarán los pastores y los magos de Oriente. Sin este salto al vacío, que no es sino la entrega de la vida a Jesús mismo, el Mesías de la vida, nos ahogamos en las aguas del bautismo de Juan.

Así pues, el anuncio de este segundo domingo de Adviento nos invita a ir más allá de Juan y de todos los juanes que nos han traído hasta aquí y ahora nos invitan a terminar el camino empujándonos al encuentro con el que es la verdadera Vida.


Pintura de Philippe de Champaigne (s. XVII)

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