Así como la alegría apenas necesita ser pensada, la tristeza abre preguntas abismales y no se puede sufrir sin pensar, sin que el dolor mismo levante en nuestros pensamientos dudas, quejas, interrogantes sobre la sustancia de este mundo que, por momentos, se hace cruel sin ninguna razón. Este, en el que vivimos la muerte de Javier, recién ordenado, es uno de ellos. Cuando los cristianos vamos a la Escritura a buscar consuelo, no encontramos respuestas, encontramos hombres y mujeres que han sufrido ante Dios clamando a él con palabras, con lágrimas, con silencios y con gritos, sin encontrar habitualmente más que una presencia que acogía su dolor y abría una promesa que ayudaba a resistir confiando por encima de toda razón. ¿No rezamos así los cristianos ante la cruz? Como ahora Javier, hace veintiocho años, Valentín, otro cura de esta diócesis de mi curso al que tantos queríamos y en el que la diócesis había puesto tantas esperanzas, se ahogó. Me resisto a creer que Dios tenía este pl...
“Para alabanza y gloria de su nombre”, del nombre de Dios, para esto celebramos la eucaristía. Pero dicho así no suena muy bien, pues parece que nos asimilamos a los que gritan y sacan las banderitas y aplauden al político o al famoso de turno, y terminan por no ser más que una parte del decorado para regodeo de los que solo quieren de ellos la admiración. En la oración litúrgica, sin embargo, a esta frase se añade la expresión “para nuestro bien”. Y es que la gloria de Dios se revela cuando su presencia da vida y vida en abundancia, cuando nos rescata con su fuerza misericordiosa y su perdón de las miserias en las que estamos entrampados, cuando al alentarnos con su mismo Espíritu sale de nosotros lo mejor que se esconde en nuestro interior y no conocemos por vivir ensimismados, cuando la tierra aparece como hogar de todos y se puede vivir sin miedo porque todos son acogidos por todos en la mesa común que Dios quiere hacer de la creación. Por eso, aclamar al Señor, a este Dios manif...
Si bien es verdad que el amor de Dios está dado incondicionalmente, esto no significa que termine por actuar en nuestras vidas. En el evangelio de hoy se indica una condición para que llegue a nosotros: guardar las palabras de Jesús. “El que me ama -dice Jesús- guardará mis palabras, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”. Pero, ¿qué significa guardar las palabras de Jesús? No se trata de protegerlas escondiéndolas donde ni nosotros mismos las leamos o las escuchemos. Sabemos que, a Jesús, palabra de Dios encarnada, le gusta andar por los caminos de nuestra vida, incluso si es rechazado o crucificado. Por tanto, no se trata de defender las palabras de Jesús de no se sabe qué. Ya aquí tenemos algo que aprender los cristianos, porque demasiadas veces nos convertimos en guardianes de lo exterior sin apreciar lo interior, como cuando uno se enfada mucho por una blasfemia contra la comunión y luego él nunca comulga, porque no se arriesga a dejarse tocar, en su gloria...
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