DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO. FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR. CICLO C (Mal 3,1-4; Sal 23,7-10; Hb 2,14-18; Lc 2,22-40)

Al final de la vida de Jesús, estando en el Templo, se fija en una viuda pobre que da lo que necesitaba para vivir. No ofrece lo que le sobraba, lo que no le hacía falta, sino, como subraya Jesús, lo que necesitaba para vivir. Y lo que nos hace falta para vivir, a ella y a nosotros, es sobre todo un sentido, y esto es lo que encuentra la viuda al darse del todo. Eso es lo que está en juego en el gesto de la viuda que se hace profecía de la entrega de Jesús por todos.
Esto es lo que el pueblo de Israel ritualizaba al entregar los primogénitos al Señor. Los ponía en sus manos como diciendo: Esto es el fruto de la vida que me has dado, pero de qué me serviría si no lo pusiera allí donde puede ser útil y fecundo y bueno. Y después, la vida ofrecida del primogénito no se quedaba en el Templo, pues estaba destinada como todo a dar vida al mundo y, por eso, se dejaba un signo de gratitud, “un par de tórtolas o dos pichones”, y se volvía a la vida cotidiana para entregarse allí al Señor.
Aunque la verdad es que desgraciadamente, antes y ahora, no solemos subir al Templo para entregar la vida a Dios y que Él la haga fecunda según su voluntad, sino para que la proteja y la enriquezca y le dé salud y todo lo que esta sociedad nos hace creer que necesitamos. Y entonces nos separamos de la vida que María y José representan en el evangelio de hoy, y que Jesús nos enseñará a vivir del todo.
Porque lo que de verdad necesitamos es saber que nuestra vida tiene valor pase lo que pase; y que tiene una vocación, es decir, algo bueno que aportar al mundo, aunque seamos pequeños y torpes; y confiar que todo quedará guardado y completado en algún sitio. Y esto solo lo podemos recibir de Dios.
¿Hemos entrado los cristianos en esta lógica o en nuestros templos solo ofrecemos baratijas a Dios, eso sí, con “pompa y circunstancia”? Tengo la sensación de que estamos demasiado aturdidos por el ruido y la lógica del mundo, y nos engañamos sustituyendo la verdad de las cosas por apariencias. Esta es la razón de que tantas veces no volvamos de la Iglesia “llenos de sabiduría y con la gracia como compañera”, tal y como volvió Jesús y, junto a él, María y José.


Pintura de James B. Janknegt, Presentación del Señor.

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