DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C (Is 6, 1-8; Sal 137, 1-8; 1Cor 15, 1-11; Lc 5, 1-11)

Tengo la sensación de que algunos evangelios piden una reflexión que los reconstruya a partir de nuestra propia situación. Esto me pasa con el de hoy. Jesús anima a algunos de los que serán sus discípulos a echar las redes después de que su trabajo esforzado no ha conseguido nada en toda la noche. Cuando lo hacen siguiendo su palabra consiguen una pesca abundante. Pero ¿qué pasa con nuestros esfuerzos por hacer la voluntad de Dios cuando ponemos en ellos todo aquello de lo que somos capaces y no conseguimos nada? ¿Hemos de acusarnos de falta de fe en su palabra, o de falta de esfuerzo, o de ignorancia para hacer las cosas como se debía?
Yo creo que no siempre, porque no hay que esperar (esto no sería fe, sino ingenuidad) que la palabra del Señor se cumpla siempre en el espacio de nuestra vida histórica. Se trata de “remar mar adentro” dice el evangelio, que podría interpretarse como pensar las cosas desde el espacio que no dominamos, desde la lógica, el sentido y la eficacia última que los trabajos tienen en el infinito mar abierto que es Dios.
Esto requiere una confianza especial que llamamos esperanza (a la que el papa nos invita en este nuevo Jubileo), y que no coincide con el optimismo de pensar que las cosas van a salir bien, sino con la fe en que en Dios todo lo sembrado amanece fecundo.
Muchos santos vieron su cosecha solo desde el seno del Padre. Me gustaría citar entre ellos a Charles de Foucauld* que pienso que es un buen intercesor para que nuestra fe, en estos tiempos de derrumbe de la sociedad cristiana, se mantenga viva y alegre, resistente y lúcida, generosa y orante, incluso si tantas veces le asalta la tentación de la desesperación frente a la pobreza de nuestra Iglesia actual.

(*) Para conocer un poco a Charles de Foucauld, puede ver: https://www.carlosdefoucauld.org/Multimedia/Video-3.html


Acuarela Duc in altum (rema mar adentro), tomada de AbAltisAdAlta

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