DOMINGO I DEL TIEMPO DE CUARESMA. CICLO C (Dt 26, 4–10; Sal 90, 1-15; Rom 10, 8-13; Lc 4, 1-13)
Como buenos pecadores que somos, siempre encontramos formas para esconder o relativizar nuestro pecado. Una de las más comunes es decir que nuestro pecado, en realidad, solo son pequeñas malas acciones que, además, podríamos dejar en cualquier momento, pero que en el fondo somos buenos y el Señor lo sabe.
Basta, sin embargo, intentar dejar de comportarnos así para que descubramos que no solo tenemos pecados, sino que el pecado nos tiene a nosotros, y que la cosa es peor de lo que pensamos. De esto se encarga la cuaresma, si la dejamos actuar, si vamos a ese desierto donde a base de separarnos de las rutinas con el ayuno, la limosna y la meditación de la palabra de Dios, vamos descubriendo el apego a nosotros mismos, a nuestros bienes, a nuestras opiniones, a nuestras posiciones de poder o de relevancia; vamos percibiendo nuestra tendencia a mirar y pensar y sentir solo desde nuestras necesidades olvidándonos de las de los demás; vamos tomando conciencia de que Dios nos cansa, que preferimos vivir sin pensar mucho en él y su evangelio, dedicándole las migajas de nuestro tiempo y nuestro corazón.
Pero, esto solo se descubre si nos dejamos llevar al desierto. Solo en él podemos mirar frente a frente la fuerza y el poder del pecado en nosotros, podemos mirar cara a cara lo que somos y lo que no somos, reconocer humildemente que no somos lo que nos decimos ser, y que, aunque queramos ser de Dios, muchos de los movimientos de nuestra vida en realidad están infectados por el virus de su contrario. Es entonces cuando estamos preparados para decirnos con verdad las palabras de Jesús: “El mucho poseer no te da la vida verdadera”, “no adores con tus actos a lo que afirman tus deseos para dominarte”, “no tientes a Dios con tus palabras engañosas”, y entonces ponernos en sus manos.
Si recorremos este camino, y Dios sabe que ocupa mucho tiempo y energía interior, veremos que Dios hace nacer, en ese desierto que contemplaremos ser, un manantial de vida que hará de nosotros oasis en medio del mundo. ¡Y es tanto lo que se necesitan estos oasis!
Foto: Kolmanskop, en el desierto de Namibia.
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