Un cruce para Dios

Al llegar a casa no había besado a su mujer, aunque se dio cuenta cuando llevaba más de una semana sin hacerlo, como cuando uno ha dejado de tomar la pastilla del colesterol y, como todo sigue igual, no lo ha echado de menos. De todas maneras, habían seguido hablando igual, comiendo y acostándose de la misma manera, y con sus mismas manías de siempre, cada uno las suyas. Seguían igual de juntos y, sin embargo, sentía que algo se había perdido. Ese cruce de caminos donde todo se hacía común en un gesto en apariencia insignificante, pero que forzaba a recordar qué era lo que les unía. Al leer este párrafo en una novela, Alfredo, el cura, se puso un poco nervioso porque su breviario llevaba unos días sin moverse en la mesita de al lado del sofá. Se dijo que él era el mismo de siempre, que cumplía sus obligaciones de párroco, pero algo no le dejaba tranquilo, porque aquel libro era el tálamo donde se encontraba desnudo con su Dios desnudo, a veces con alegría, otras con tristeza y alguna...