Entradas

DOMINGO V DE PASCUA (Hch 9, 26-31; Sal 21, 26b-32; 1Jn 3, 18-24; Jn 15, 1-8)

Imagen
Si diéramos un mínimo paseo por entre los salmos, si los pusiéramos en nuestra boca con tiempo y atención, veríamos -esta es la experiencia de todos los que lo han hecho y lo hacen- que no hay nada que nuestro corazón sienta que no esté expresado en ellos ante Dios. Alegría y pena, sosiego y rabia, exigencias y aceptación, quejas y alabanzas, rebeldía y sumisión, vergüenza y orgullo, búsqueda anhelante y conciencia de estar en casa frente a Dios. Todo. Como si Dios hubiera querido recoger esas palabras para que supiéramos que nunca estamos sin él, que nada de lo que sentimos le es ajeno. Sin embargo, sabemos hasta qué punto nuestro corazón queda preso de sentimientos que no nos permiten avanzar hacia posibilidades que se abren en nuestra historia, que no nos permiten avanzar en relaciones de las que dependería nuestro crecimiento, que no nos permiten acoger la llamada a una plenitud que tiene forma de llamada insistente de Dios mismo. En esos momentos las palabras que pronunciamos en n

LA TEOLOGIA EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XXI. Mesa redonda.

Imagen
 

DOMINGO IV DE PASCUA (Hch 3, 4, 8-12; Sal 117; 1Jn 3, 1-2; Jn 10, 11-18)

Imagen
Todos necesitamos que nos enseñen, que nos guíen, que nos protejan, que nos complementen. Por más que a veces lo digamos, no podemos hacer las cosas solos, no podemos sostenernos solos, no podemos comprender la realidad solos. Por otra parte, esto no nos quita la capacidad de poder enseñar, guiar, proteger y complementar a los otros. Podemos ser para ellos, igual que ellos para nosotros pastores de la vida común, la única posible. En distintos momentos, en distintos aspectos, en distintas formas todos tenemos forma de pastores para alguno. Ahora bien, esta forma que nos constituye puede fácilmente degradarse haciendo de nosotros déspotas aprovechados y no compañeros guías. De esta manera resulta que algunos terminan creyéndose imprescindibles o ensimismándose en sus cualidades y no dudan en utilizar la prepotencia y la mentira para hacerse dueños del mundo; mientras que otros caen bajo el signo de la humillación y la insignificancia que les hace sentirse inútiles. Es en este contexto

Total, ¿para qué rezar?, Conferencia en la Jornada de oración (14 abril). Diócesis de Salamanca

Imagen

DOMINGO III DE PASCUA (Hch 3, 13-15.17-19; Sal 4, 2-9; 1Jn 2, 1-5a; Lc 24, 35-48)

Imagen
La presencia del resucitado acontece en los evangelios en el marco de un mundo oscurecido por el mal, por la culpa, por el vacío. Su presencia se va haciendo sitio en este mundo envuelto en tinieblas de múltiples caras. Todo sucede como si la luz de vida y amor con la que Dios quiso envolver su creación desde el primer día, se hubiera eclipsado con la muerte de Jesús. Quien conoce el mundo en su vitalidad, en sus posibilidades, en sus afectos, sobre todo quien lo conoce de la mano de Cristo, antes o después se topa con la tristeza de sentirlo atravesado por una resistencia que parece destruir todo lo bueno o no dejarlo nacer. Cuanta más luz de vida experimentada, mas tristeza de muerte sentida. Es en este camino de alegrías entenebrecidas donde los discípulos han encontrado a Jesús y donde han sido renovados, y es esto lo que cuentan: su nueva presencia les ha renovado con el aliento de la esperanza, con pan de la vitalidad eterna, con vino de una alegría que desborda todo dolor. J