Entradas
DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO (Num 11, 25-29; Sal 18, 8-14; Sant 5, 1-6; Mc 9, 38-48)
- Obtener enlace
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
Aunque continuamente estamos tentados en pensar que Dios nos ha elegido para salvarnos (por eso hemos hecho muros tan altos entre los que estamos dentro de la Iglesia y los de fuera), la verdad es que Dios nos ha elegido para hacernos testigos de su salvación, para celebrarla, para ofrecerla y para reconocerla allí donde se expresa. Porque en Dios no existe eso de los suyos y los otros, como parece pensar el discípulo que comenta a Jesús que uno que no es “de los nuestros” echa demonios en su nombre. Y la razón es que Dios nos ha creado a “todos” para hacernos partícipes “a todos” de su vida exuberante, y no ceja de buscarnos “a todos” estemos donde estemos. Lo importante para quien ha descubierto esto y se ha dejado abrazar por la gracia inmerecida de la fe que vivimos en la Iglesia es hacerse testigo y alegrarse de esos lugares donde Dios, incluso si no está vestido de Dios, actúa para la salvación de todos. Por eso, en la segunda parte del evangelio Jesús advierte a los que s
'Tolle, lege'. Reflexiones teológicas sobre la lectura
- Obtener enlace
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO (Sab 2,12.17-20; Sal 53,3-8; Sant 3,16–4,3; Mc 9,30-37)
- Obtener enlace
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
Repetimos continuamente en la fe y en la predicación y en la teología que el centro de la vida cristiana es el Misterio Pascual, el misterio de la muerte y resurrección de Jesús. Sin embargo, no es fácil comprender este misterio como lugar de nuestra realización. Sufrir la muerte la sufrimos, la lloramos, la nuestra y la de los nuestros, pero encontrar en ella, en toda muerte y en la muerte de todo, un sentido o al menos un lugar donde poder realizar nuestra vida (¡realizar!, ¿qué significaría esto?). No entendemos y no queremos pensarlo. Y es comprensible. Por otra parte, vivimos y gozamos del poder de la vida, de su exuberancia que sobrepasa muchas veces lo planificado y lo esperable, y confiamos en que haya más, y que la haya más allá de nuestro poder, que haya vida eterna para la vida. Y soñamos. Todos, incluso sin fe. Y Jesús reúne este misterio de muerte y vida, de vida y muerte, en él, y lo pone confiadamente en manos del Padre y así este misterio de vida humana se conviert
DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO (Is 50, 5-9a; Sal 114, 1-9; Sant 2, 14-18; Mc 8, 27-35)
- Obtener enlace
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
Hoy, con una claridad que asusta, el evangelio nos dice que saber decir quién es Jesús no significa que reconozcamos sus caminos ni mucho menos que los sigamos o queramos seguirlos. Y no porque Jesús no se explique con claridad. Jesús “se lo explicaba con toda claridad”, dice el evangelista, y es precisamente entonces cuando descubrimos (como los discípulos) que no sabemos lo que decimos saber y que no queremos lo que decimos querer. En el fondo, el evangelio de hoy nos pone en guardia contra todas las devociones que encubren las palabras del evangelio, contra todas las acciones religiosas con las que nos sentimos conformes con Dios sin conformar nuestro corazón con el suyo, contra todas las pertenencias a grupos que no quieran vivir una humanidad común porque eso supondría salir de las zonas de bienestar relacional y acoger a aquellos que no son de los nuestros, pero sí que son los de Jesús, aunque sean difíciles de tratar y a veces hagan daño. Una de las etapas del camino cristian