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DOMINGO V DE CUARESMA (Jer 31, 31-34; Sal 50, 3-4.12-15; Hb 5, 7-9; Jn 12, 20-33)

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En el evangelio de hoy algunos quieren ver a Jesús. Sucedió antes y sucede ahora. Les atrae su fuerza de vida, las palabras con las que ensancha el mundo hacia Dios dando consuelo y aliento, el espacio que puede encontrarse junto a él para descansar y recuperar la identidad perdida. Los que se acercan o queremos estar cerca buscamos escapar de ese desierto que nos acecha de continuo desde dentro y desde fuera: en nuestra biología, en nuestra voluntad, en nuestras relaciones; de este desierto que es un peso muerto que nos quita la vida con infinidad de nombres: enfermedad, soledad, enemistad, culpa… Y antes y ahora, Jesús nos acoge por un tiempo en ese espacio de bien que nace de su tacto divino, de su amor vitalizante, de su mirada reconstituyente. Pero, después de un tiempo, comienza a hablar un lenguaje extraño, nuestro mismo lenguaje, el que nosotros no hubiéramos pensado escuchar en su boca: “Mi alma está angustiada…”, “Si el grano de trigo no muere...”. Y entonces nos preguntamo

DOMINGO IV DE CUARESMA (2Cro 36,14-16.19-23; Sal 136,1-6; Ef 2,4-10; Jn 3,14-21)

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Vivimos en medio de las adulaciones de la política y del mercado: “Sois fantásticos, os lo merecéis todo”. No otra cosa nos susurran los anuncios, y así se dirigen a nosotros los políticos que solo nos dicen lo que las encuestas les han enseñado antes que queremos oír. Pero, a la vez, nos rodean las críticas de los demás y a ellos les acosan las nuestras. Y, después, lo que nos dice nuestro oscuro interior lleno de problemas no resueltos, de sentimientos de culpa y de complejos de inferioridad. Pero no importa, todo hay que vestirlo que luz artificial. No importa si nos engañamos o nos engañan. Todo sea por tener la sensación por un momento de vivir en  Happyland , o al menos que los demás lo crean. Frente a ello, Jesús nos mira a los ojos y, con un afecto no exento de seriedad, nos hace ver la verdad de las cosas, nos muestra con su presencia nuestras culpas y nuestros miedos, aunque también nuestro valor y nuestras posibilidades. Caminar con él es como aprender a desnudarse y descu

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DOMINGO III DE CUARESMA (Ex 20,1-17; Sal 18,8-11; 1Cor 1,22-25; Jn 2,13-25)

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Una parte de nuestra vida está estructurada por relaciones contractuales: yo te doy, tú me das; yo te doy más o menos y tú me das en proporción. Estas relaciones, además, funcionan en muchos casos con la práctica del regateo. Desgraciadamente, no pocas veces, terminamos pensando que toda relación funciona y debe funcionar así. De esta manera, la vida se convierte en un mercado y las relaciones fundamentales de la vida, las importantes, se degradan. Y esto sucede también en nuestra relación con Dios. Seguramente es esto lo que escandaliza a Jesús al entrar en el templo, y no tanto si se vende esto o aquello o alguno hace un negocio con más ganancias de la cuenta. Se trata de haber reducido el trato con Dios a un negocio: Él me da - yo le doy; Él no me da - ¿para qué sirve, entonces? Los cristianos somos invitados a destruir este templo y entrar en el verdadero templo que es la vida de Jesús, que se expresa en la eucaristía, donde Cristo es una pura acción de gracias al Padre y don de

REFLEXIÓN PARA DOMINGO II DE CUARESMA (Gn 22, 1-2. 9-13. 15-18; Sal 115; Rom 8, 31b-34; Mc 9, 2-10)

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Hace seis días escuchábamos como Jesús brotaba en el desierto del mundo como un árbol de vida inmunizado contra el veneno de las tentaciones. Hoy, seis días después, el evangelio de este segundo domingo de cuaresma comienza con la expresión “seis días después”. Curioso. ¿Acaso querrá decir algo? Conocemos un episodio en el que lo que sucede seis días después tiene una densidad especial: el relato de la creación de Génesis 1. Al principio todo es caos y confusión, pero la palabra luminosa de Dios va haciendo su trabajo hasta que su gloria reposa, seis días después, abrazando toda la creación.  Ahora el caos es el desierto de la historia. Un caos que se ha concretado, unos versículos antes, en el anuncio de la pasión inevitable y en la necesidad de un seguimiento crucificado que venza las presiones del mundo y las tentaciones con las que nos envenena desde dentro (8,31-37). Pues bien, a los seis días de este desierto Cristo aparece envuelto, como anunciaba el relato de la creación, con