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Mostrando entradas de mayo, 2021

FESTIVIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD (Dt 4,32-34.39-40; Sal 32; Rm 8,14-17; Mt 28,16-20)

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Acababa de nacer y ya en el primer paso se dio cuenta de que vivía no solo en el aquí y ahora, sino llamado por una inmensidad infinita de la que apenas si veía el horizonte. Si bien a lo largo del curso de su camino se dio cuenta de que no pocas veces andaba en círculos, algo le decía que allí en el horizonte estaba su hogar, su descanso, estaba un abrazo donde su ser más íntimo se encontraría consigo mismo. Y en un momento determinado le dio por hablar con ese horizonte e incluso creía atisbar señales de que también este horizonte le buscaba.  Además, cuando fatigado prestaba atención al latido de su propio corazón sentía más allá de su movimiento una fuerza que no lo dejaba descansar y que estaba fuera de su control. Un aliento del que se nutría sin que tuviera que hacer nada. Que le devolvía de continuo a la línea del horizonte como destino de sus pasos. Un aliento que, de cuando en cuanto, le hablaba sin palabras invitándolo a no desistir cuando le cegaba su propia pequeñez, su

Anhelos del Espíritu VII

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Anhelos del Espíritu VI

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Anhelos del Espíritu V

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Anhelos del Espíritu IV

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Ahí vamos. Un espíritu que da vida.

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Le pasó hace tiempo a un hombre corriente que caminaba por una tierra venida a menos. Allí, la mayoría habían vivido con sobreesperación (¡vaya palabra!), con un exceso enfermizo, por irreal, de esperanza en el futuro, creyendo que este siempre sería suyo y de los suyos, porque lo habían trabajado y porque Dios era bueno y estaba de su parte, y punto. Pero las cosas no habían sido así. Y cuando recorría las calles de la ciudad escuchando las broncas de los políticos ensimismados en la búsqueda del poder, cuando percibía las conversaciones escondidas de sus paisanos que buscaban el propio beneficio olvidando incluso al vecino de la puerta de al lado, cuando sentía los empujones y las trampas para salir en la foto aunque al de al lado se le cortara medio cuerpo, cuando sabía que casi todos, también él, habían bajado el volumen de los audífonos instalados en el corazón para no oír los sufrimientos del prójimo… Entonces cuando la desesperación se había vuelto una queja constante y se estab

Anhelos del Espíritu III

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Anhelos del Espíritu II

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Anhelos del Espíritu I

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REFLEXIÓN PARA EL DOMINGO VII DE PASCUA. ASCENSIÓN DEL SEÑOR (Hch 1, 1-11; Sal 46, 2-9; Ef 1, 17-23; Mc 16, 15-20)

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Describiendo la ascensión del Señor, la primera lectura del libro de los Hechos dice que “una nube se lo quitó de la vista”. Esta nube, que en el éxodo representa la presencia de Dios que acompaña, envuelve y protege a su pueblo, es ahora el hogar mismo de Cristo. Cristo es envuelto y hecho uno con esta presencia compañera de Dios para nosotros, presencia cercana, discreta y luminosa.  Dice el libro del éxodo que la nube que acompañaba al pueblo en su liberación de los poderes de Egipto “era tenebrosa por un lado y luminosa por otro” (14, 20). Y así aparece, también hoy esta presencia resucitada de Cristo que nos acompaña desde entonces, como nos recuerda el relato de Emaús. Cristo envuelto por la vida divina ya no es accesible como cualquier otra realidad de nuestra historia. Podríamos decir, apropiándonos del título de una obra inglesa de oración clásica del medievo, que se ha adentrado en La Nube del no-saber y es solo ahí donde podemos encontrarlo. Y esto por más que digamos que

REFLEXIÓN PARA DOMINGO VI DE PASCUA (Hch 10, 25-26. 34-35. 44-48; Sal 97, 1-4; 1Jn 4, 7-10; Jn 15, 9-17)

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Realmente no sabemos cómo será posible que Dios salve al mundo. No basta pensar ingenuamente que nos va a llevar al cielo. ¡Son tantos los enredos que arrastramos!, ¡tanto lo que en nuestra pequeña vida como en nuestra gran historia interrumpe la viabilidad de una comunión plena de los seres humanos!, ¡tanto el peso del mal que atraviesa los corazones, los encuentros y también las leyes! Es verdad que sabemos que Dios no parará hasta hacerlo, que ha sellado su compromiso en la encarnación de su Hijo, en especial en su muerte y resurrección, pero aun así no es fácil vivir de esta salvación en esperanza. Es más fácil dejar que anide en nuestro corazón aquella frase del Tenorio: ¡Largo me lo fiais…! , y dejarnos llevar por una vida de intereses a corto plazo y una religión de consuelos egoístas. Sin embargo, el Señor nos llama, en medio de este brote de oscuridad que intenta convencer a nuestro corazón, a nacer de nuevo y de continuo, como hizo con Nicodemo. Abrir los ojos a sus trabajo

¿Cuándo se disipó Dios?

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Tengo la sensación de que alguien dejó la gaseosa abierta. Estaba casi entera y hemos ido a preparar un tinto de verano porque la tarde llamaba a celebrar la vida, pero nos hemos dado cuenta de que estaba disipada y no teníamos nada que hacer con ella. Quizá algo de esto es lo que nos está sucediendo en estos momentos con Dios. Tengo la sensación de que está ahí, aunque disipado para casi todos; de que lo hemos dejado disipar y ya no dice nada. ¡Qué va a decir, nos preguntamos, la vida es lo que es! Y, sin embargo, lo echamos de menos de cuando en cuando, aun sin saberlo, porque la vida siempre quiere elevarse en sus alegrías y en sus llantos, en sus esperanzas y en sus dolores. Pero Dios no termina de funcionar, y la mezcla nos resulta artificial. Quizá, los que aún seguimos cerca de él, lo tengamos demasiado embotellado en fórmulas que se dan por supuesto, en oraciones sin relación, en ritos sin implicación o demasiado preocupados por el cumplimiento o por la estética; quizá lo hay

REFLEXIÓN PARA DOMINGO V DE PASCUA (Hch 9, 26-31; Sal 21, 26b-32; 1Jn 3, 18-24; Jn 15, 1-8)

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Nuestra vida posee el mismo ritmo de la naturaleza, estamos constituidos por estaciones. Entre ellas es fácil que haya alguna especialmente fecunda de forma que aparecemos en el mundo como rebosantes árboles frutales o espléndidos almendros en flor. En esos momentos tomamos una conciencia especial de nuestro valor. En la vida de fe esto sucede en todas las vocaciones y de muchas maneras. Son momentos de gozo.  Pero las estaciones pasan y la mayor parte del tiempo transcurre en periodos que sentimos como insustanciales, oscuros, monótonos, inútiles. En ellos existe la tentación de aferrarnos a nuestra gloria pasada negando la densidad y el valor del presente que vivimos. Es fácil verlo en nuestras opciones pastorales, que suelen tener un momento de gloria para terminar formando parte de una historia de momentos relativos, valiosos en su día, pero no absolutos. O en la misma vida matrimonial… ¡Cuántas críticas, cuántos enfrentamientos y también cuánta tristeza y melancolía, cuánto cini