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Mostrando entradas de enero, 2024

DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO (Dt 18, 15–20; Sal 94; 1Cor 7, 32-35; Mc 1, 21-28)

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¿Quién era este que, en la sinagoga, estaba poseído de un espíritu inmundo? Quizá pensemos que era una persona marginal que importunaba la asamblea con gritos y molestias, pero quizá fuera uno de los mismos dirigentes que, vestido de apariencia religiosa, vivía solo para sí mismo, para su prestigio, para su poder, para su riqueza… haciéndose pasar por un hombre devoto. ¡El diablo es tan listo a la hora de camuflarse! Lo que está claro es que frente a Jesús se descubre la verdad y se entabla una lucha entre el mal que posee al hombre y lo quiere para sí y Cristo que quiere liberar al hombre para Dios. Solo puede quedar uno como dueño de aquel hombre y la lucha es dura, de tal manera que el hombre se retuerce violentamente. Esto me hace pensar que demasiadas veces hacemos de la bondad y la paciencia de Dios una coartada para seguir jugando con nuestros demonios. Decimos: ‘Dios me quiere como soy’. Pero no es verdad. Sería más apropiado decir: ‘Como soy, Dios me quiere, por eso me empuj

DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO (Jon 3,1-5.10; Sal 24; 1Cor 7,29-31; Mc 1,14-20)

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El Reino viene ofreciendo compasión y pidiendo conversión, ofreciendo una vida distinta y pidiendo fe en ella, ofreciendo un futuro pleno y pidiendo esperanza y determinación para buscarlo. El Reino de Dios viene como un vestido nuevo y renovador, lleno de vida, de justicia, de verdad que desvela todas nuestras trampas escondidas. La primera la de creernos pequeños dioses, la de creernos el centro desde el que puede entenderse la vida y en torno al cual todo debe girar. Las otras, siempre consecuencias de este girar en torno a nosotros mismos, la indiferencia, el desprecio o la utilización interesada de los demás. El Reino de Dios, que Jesús proclama y abre para todos, supone que reaprendamos a pensar, a sentir, a actuar, y no lo identifiquemos con una religión que nos vista de salvados cuando nuestro corazón y nuestras obras no quieren dejar de estar perdidas. Mejor no hacerse trampas. El evangelio lo da todo, pero al precio de pedirlo todo. Por eso es necesario orar, como hace el s

DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO (Sam 3,3b-10. 19; Sal 39, 2-10; 1Cor 6,13c-15a.17-20; Jn 1,35-42)

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Muchos nos han presentado a Jesús. Muchos nos han hablado de él. Muchos nos lo han dejado representado en relatos, cuadros, tallas, películas. Muchos nos lo han acercado con sus gestos. Y lo han hecho porque para ellos se había convertido en el lugar de reposo de sus fatigas; en aliento e impulso de futuro; en palabra que iluminaba las preguntas de su corazón. Y muchos de nosotros hemos dado algunos pasos tras Jesús, unos más y otros menos. Pero, ¿no se ha impuesto demasiado la inercia? Al comienzo del tiempo ordinario, en el corazón mismo de nuestra vida ordinaria, Jesús, sin intermediarios, se vuelve (si es que queremos pararnos a reconocerlo) y nos pregunta: “¿Qué buscáis?”. ¿Quién sabe decirlo? Porque buscamos lo que ya tenemos, la vida. Aunque la buscamos en una forma que se nos escapa de las manos. Intuimos que él la posee por su dominio de sí, su serenidad, su alegría, su honestidad, su compasión, su confianza en Dios, su saber decir y su saber callar, su dejar ser y hacer ser

DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR (Isaías 42,1-4.6-7; Sal 28, 1-10; Hch 10, 34-38; Mc 1, 7-11)

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A veces los evangelistas al escribir la historia de Jesús dejan señales escondidas en el texto que solo ser reconocen si uno sabe cuál era su manera de pensar el mundo y la historia, y lo que llegaron a comprender al final de la vida de Jesús. En el relato del bautismo de Jesús de hoy, creo que el evangelista hace algo de esto. Lo primero que describe es un momento de la historia de Jesús, su bautismo, pero por debajo hay una historia mucho más amplia. Una creación y una historia que nace de las aguas según el capítulo primero del Génesis. Una creación que parece que nunca parece llegar a ser lo que Dios quiere, y a sentir lo que Dios siente por ella. Una historia que concluirá cuando los hombres vean que Dios es la vida del mundo y sientan que están llamados a ser su imagen, es decir, opten por ser seres de vida y no de muerte en el mundo, seres que acojan, cuidan, alientan, consuelan y hagan dar de sí la vida. Y esa es la vida que ha seguido Jesús. Ha entrado en esa creación turbul

SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA

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