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Mostrando entradas de julio, 2022

DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C (Eclo 1,2; 2,21-23; Sal 89, 3-6.12-14.17; Col 3,1-5.9-11; Lc 12,13-21)

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“Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba”, nos dice este domingo la lectura de Colosenses. Pero, ¿qué son los bienes de arriba? Quizá se refiera a eso que decimos en el Padrenuestro: “Hágase tu voluntad en la tierra  como en el cielo ”, porque el arriba es el cielo y el cielo no es otra cosa que la vida misma de Dios no contagiada por las miserias de los hombres en la tierra.   Hay un lugar donde estas miserias se concentran de una manera especial en ricos y pobres, creyentes y ateos, sabios e ignorantes: las herencias. Es en este tema donde hoy se detiene el evangelio. En ellas no se lucha solo por el dinero y los bienes, sino que en ellos se reavivan las pequeñas luchas de poder vividas desde la infancia y los sentimientos de humillación experimentados que ahora, en el momento de la herencia, se reavivan. La herencia es uno de los test que nos dice si el lugar destinado a aprender a amar, la fraternidad de sangre, ha logrado su destino o ha fracasado estrepi

DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C (Gn 18, 20-32; Sal 137, 1-8; Col 2, 12-14; Lc 11, 1-13)

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De continuo estamos delante de Dios, de continuo. No hay ningún momento en que nuestra vida salga de su presencia, de su cercanía, de su envoltura, de su generatividad. Por eso, no hay ningún espacio vacío de relación con Dios. Otra cosa es que nos demos cuenta de ello o que interpretemos bien el modo de esta relación. Es aquí donde la oración acontece como una escuela donde aprendemos a reconocer esta presencia de Dios, a identificarla, a recibirla como un don, a confiarnos a ella como eterno manantial vida buena.   Enseñar a rezar es, entonces, ofrecer una posición desde la que se pueda reconocer la verdad de Dios y abrir las distintas dimensiones de nuestra vida para que se alimenten de su presencia creadora y santificadora, vivificante y sanadora. Por eso, el Padrenuestro que enseña Jesús a sus discípulos no es una oración sin más, un conjunto de palabras que poseerían un especial valor para Dios, como llevar dólares en vez de pesos mejicanos en el bolsillo cuando entramos en una

Dios, que está ahí

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Dios es tan dado al orden y a rutinas como al caos y a la sorpresa, aunque Dios, el Dios verdadero, es  el Dios que está ahí , visto o no visto, reconocido o extraño, sorprendente o cotidiano. Se hace presente en la rutina de una fe que nos acompaña sin que apenas hagamos nada; y a la vez nos sorprende desapareciendo de nuestras sensaciones sin ningún porqué. Y entonces se hace presente como el que falta. Se hace presente en el orden que nos permite vivir sabiendo dónde estamos y qué tenemos que hacer, presente en nuestra vocación de vida; pero a la vez llega golpeando este orden y esta vocación para que abarque algo más que nuestra tranquilidad, y generando una incomodidad sin la que se convierte en un fetiche o en un ídolo que llevamos con nosotros para sentirnos bien.  Se hace presente en las oraciones rutinarias que lo llaman y en las que a veces no nos damos ni cuenta de que estamos ante él; y también en un pájaro que atrae nuestra atención con su vuelo o sus píos, en el rio que f

DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C (Gn 18, 1-10a; Sal 14, 2-5; Col 1,24-28; Lc 10, 38-42)

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Hay veces que me tienta pensar que el evangelio no es unívoco, vamos, que cada versículo o cada pequeño fragmento diría una cosa y nada más que eso. A veces pienso, por el contrario que es no solo plural, sino paradójico, porque puede decir una cosa o la contraria según lo que el Espíritu sienta que necesita el que lo oye. Y no para acomodarlo a su situación, cosa que tantas veces intentamos, sino todo lo contrario para sacarnos de nuestras casillas y hacernos avanzar hacia una vida más verdadera. Eso me sucede con el relato de Marta y María del evangelio de hoy, después de haber leído hace poco una interpretación del místico dominico Maestro Eckhart, que vivió en los siglos XIII-XIV. Los atados por la actividad pueden ver, en el reproche de Jesús a María, que lo central no es la acción, sino que esta esté bien situada, y que para eso hay que buscar la intimidad discipular con Jesús. De lo contrario podemos terminar creyéndonos Dios y situándonos en el mundo como jueces de todos los

DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C (Dt 30, 10-14; Sal 68, 14-37; Col 1, 15-20; Lc 10, 25-37)

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La pregunta que da origen a la parábola del buen samaritano está atravesada por una ambigüedad que demasiadas veces pasa desapercibida: “¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”, pregunta el maestro de la ley. Parecería haber un comportamiento que tiene como premio una cosa distinta de lo que sucede en torno al mismo comportamiento y, por tanto, lo que habría que hacer, en este caso ser misericordioso, sería funcional, es decir, algo para conseguir otra cosa distinta. Sin embargo, en Jesús, la misericordia no es la forma de alcanzar algo distinto (una buena vida, llamémosla cielo o vida eterna), sino la manera de manifestar la vida de Dios que se comparte. Por eso, la verdadera pregunta que el maestro de la ley no hace, y que la mayor parte de las veces tampoco nosotros queremos hacer, es: ¿Cómo tengo que ser para que la vida eterna se exprese en mí, para vivir ya la vida de Dios? Por el primer camino, la misericordia se convierte en un fardo pesado que hay que cargar; en e

DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C (Is 66, 10-14c; Sal 65, 1-20; Gal 6, 14-18; Lc 10, 1-12.17-20)

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Cuando pensamos en el envío de los discípulos que hace Jesús y que hoy nos refiere la Palabra de Dios la imagen inmediata que nos viene a la mente es la de aquellos que dejan su familia y su tierra para anunciar el evangelio lejos. Aunque esta es una interpretación consecuente con el texto, hace que sus palabras no las sintamos dirigidas a nosotros. Sin embargo, el texto dice: “Los envió a todos los lugares que pensaba visitar”, y esto nos sitúa a todos en el interior de la misión, porque el Hijo de Dios no se ha encarnado para “visitar” una parte de lo real, sino para convertirlo todo en su propio cuerpo de vida y entregarlo al Padre para bien de todos (1Cor 15,28). Esto significa que el viaje que hemos de hacer para evangelizar es para unos pocos muy grande y para la mayor parte de nosotros muy pequeño. Basta entrar en el mundo que tenemos a mano, el mundo concreto de cada día, con la conciencia de que es un lugar que Cristo quiere visitar, que quiere hacer suyo en el amor, y hacer t